Recuerdos que brillaron como diamantes
Elton John convocó sus éxitos añejos en un emocional concierto en Cap Roig
Noche de 21 botones, personalidades públicas, prohombres y damas de alta costura, todos en los Jardines de Cap Roig, en Calella de Palafrugell, inaugurando el festival que llena de estrellas el verano de la Costa Brava. Y para abrir boca, nada más solemne que un sir tocando tras su piano la mayestática Funeral for a friend como queriendo ponerse a tono con la pompa y circunstancia de la noche.
Era Elton John, dentro de una generosa casaca de lentejuelas brillantes como estrellas, gafas oscuras para que no se sepa dónde estaba mirando y un discreto peluquín menos llamativo que su camisa azul azzurro. Comenzaba la noche a golpe de exitazo, y ese fue el guion que siguió el generoso concierto de una estrella que deseaba celebrar su propia existencia recurriendo a las mejores épocas de su dilatada carrera musical, echando la vista a los lejanos años setenta. Entonces él ya era alguien, de hecho era una estrella, mientras que quienes ocupaban la platea eran en muchos casos aspirantes a lo que han acabado por convertirse. Aquí la primera lagrimita de la noche, recordar aquellos años en los que todo eran aspiraciones, sueños, ideales y ganas de ser alguien.
Ya entonces podían escucharse alguna de las bastantes canciones que Elton recuperó de la época en la que el idealismo no era aún considerado un mal de juventud, la antítesis del pragmatismo, piezas como Love lies bleeding, Bennie and the jets, Candle in the wind o Levon, alguna de las que sonaron en el primer tercio del recital.
Elton, como todos los allí presentes, tampoco era el mismo. Al margen de los cambios que el tiempo impone en los chasis, su voz tampoco lograba subir como antaño. Lógico. Particularmente evidente fue en la deliciosa Tiny dancer, que Elton hubo de abordar varios tonos por debajo del recuerdo que de la pieza se tiene. El percusionista le doblaba la voz en agudo, pero aún con todo no era Elton. Pero no será cuestión de ponerse quisquilloso cuando lo que sonaba era el repertorio más florido de un artista que, como muchos, ha ido dejando por el camino el brillo y el brío compositivo de sus inicios.
El público miraba el concierto con la mirada de nostalgia de quien se recuerda a sí mismo mucho más joven
Es cierto que alguna de las versiones que abordó tampoco fueron excelentes, caso de ese Rocket man que inició con una larga introducción de piano y continuó no por su camino habitual, pero también es cierto que encima de recuperar temas históricos no se le podía pedir que lo hiciese milimétricamente, cosa que hizo con un Daniel que no estaba previsto en el repertorio.
Por su parte el público miraba el concierto con la mirada de nostalgia de quien se recuerda a sí mismo mucho más joven, con la vida aún casi por estrenar. En este sentido la actuación tuvo bastante de emocional, de evocación de guateque, fiestas en la playa, días sin fin y deseos sin fronteras.
Así las canciones se escuchaban con cierta ceremonia, dando incluso la impresión de que caían con frialdad en la platea. Pero nada más incierto, ocurría que nadie quería velar sus recuerdos con algarabía, reservada en todo caso para el final de las piezas, cuando a medida que avanzó el concierto se fueron levantando para aplaudir más y más espectadores. Alguno de ellos, por cierto, hubo de levantarse por otros motivos más prosaicos, ya que toda una fila de localidades sucumbió dejando a sus usuarios sin lugar donde asentarse. Y es que el mundo no es perfecto, ni tan siquiera en Cap Roig, con sus jardines, aromas salinos y torre almenada de fondo. Suerte que cuando Elton decía, solo ante su piano “you’re the one”, hasta la falta de asiento era olvidada.
Y así paso la noche, más de dos hora entre éxitos, recuerdos y suspiros, todo ello mecido por una suave brisa apenas perceptible. Sad song, Don’t let the sun go down on me, I’m still standing, Your song y Cocodrile rock. Elton John hizo de brujo y convocó al pasado en su presente. Y fue bonito, tierno y melancólico. Elton John con las mejores cuentas de su collar haciéndolas brillar incluso más que las joyas de la platea. Es el poder de la música, nos devuelve incluso a lo que quizás nunca fuimos. Y nos gusta.
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