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LA CRÓNICA

¡Mosqueteros!

En la exposición en París sobre la historia y la ficción de los espadachines de Dumas te puedes disfrazar de d'Artagnan

Jacinto Antón
Todos para un: imagen de la versión muda de 1921 de 'Los tres mosqueteros', dirigida por Henri Diamant-Berger.
Todos para un: imagen de la versión muda de 1921 de 'Los tres mosqueteros', dirigida por Henri Diamant-Berger.

¡A la vejez, viruelas! Qué felicidad escapar de todo, marcharse a París y enrolarse en los mosqueteros. Ahí estaba yo, no muy lejos de Au pilon-d'or, la confitería de Planchet, tocado con el gran sombrero coronado por una pluma, luciendo la célebre casaca azul marcada por la cruz , espada en mano. ¡Mosquetero del rey! Puse cara fiera para impresionar a los guardias de su Eminencia el cardenal y me coloqué en guardia con gesto desenvuelto. El señor de Tréville difícilmente me hubiera fichado, es cierto, pero también se equivocó con D'Artagnan al principio. “¡Mi corazón es mosquetero!”, proclamé. Destellaron varios fogonazos. Un puñado de turistas, a los que se habían unido un par de vigilantes de sala, me observaban y retrataban conteniendo a duras penas la risa. Pero yo era feliz. Continué mis asaltos: una ruda estocada a Jussac y dos a Bernajoux. ¡Todos para uno, uno para todos!

Llevaba desde que la inauguraron en abril soñando con ir a ver la exposición Mousquetaires en los Invalides (Musée de l'Armée, puede visitarse hasta el día 14). Tras atravesar la explanada y circular por el patio despertando ecos en el pavimento de piedra, tomé las escaleras al tercer piso del ala oriental del museo. A medida que ascendía oía el ruido de entrechocar de aceros, un bonito efecto sonoro, que me aceleró el corazón y me hizo apresurar el paso hasta el punto de que llegué saltando los escalones de dos en dos, cual Douglas Fairbanks. En la taquilla me había identificado como viejo esgrimista con cicatrices por si me hacían descuento, aunque al final me dieron una entrada gratis por ser periodista: donde no llega la espada llega la pluma, qué cosas.

Entrando como un rayo en la exposición me topé con un delicioso primer ámbito en el que ¡te puedes disfrazar de mosquetero! ¡Eso sí es una exposición y no las del Macba! La gente se lo toma con cierta timidez. No yo: en seguida estaba ataviado como para ir a dar guerra al sitio de La Rochelle. Como de fondo se proyectan en una pantalla escenas de una vieja versión cinematográfica de Los tres mosqueteros es fácil meterse en el papel. Más aún si empuñas la espada y musitas “mon epée ne sort du fourreau que pour le service de votre Majesté, ah, ah”, retorciéndote el bigote (?). Tuve algún problema para seguir el recorrido, pues no había manera de convencerme de que devolviera el disfraz. Me sorprendió lo prolijo y serio de la exposición, que ocupa dos alas enteras del museo y está llena de documentos y objetos, unos históricos y otros destinados a excitar los más bajos impulsos de fetichistas como yo. Por ejemplo, en una vitrina se exhiben las botas que llevaba Gene Kelly en la versión de 1948 de George Sidney de la novela de Dumas (esas no te dejan calzarlas). En otra se muestra el contrato de Vincent Price para el papel de Richelieu.

La exposición recuerda, para nuestro deleite, que no solo D'Artagnan sino también Athos, Porthos y Aramis existieron ¡y Rochefort, y Milady!

Al escritor se le dedican varias secciones, así como a comparar la realidad histórica con la ficción literaria. Dumas, es sabido, entró a saco en la Historia —admitía que la violaba, pero haciéndole "bellas criaturas"— y utilizó como base de su famosa novela (y las dos que la siguieron) las supuestas Memorias de D'Artagnan, escritas por un tal Gatien de Courtilz de Sandras, a su vez basadas en un personaje real, Charles de Batz Castelmore, conde de Artagnan, que fue gascón y mosquetero, pero que era más joven que el D'Artagnan de ficción y no vivió en tiempos de Luis XIII y el cardenal Richelieu sino en los de Luis XIV y Mazarino, del que fue aplicado agente.

La exposición recuerda, para nuestro deleite, que no solo D'Artagnan sino también Athos, Porthos y Aramis existieron (¡y Rochefort, y Milady, y el enojoso asunto de los bellos herretes de diamantes!), aunque sus vidas y aventuras no fueran exactamente iguales que en la novela. El manuscrito de Los tres mosqueteros y la primera entrega del folletín en Le Siècle del 14 de marzo de 1844 se muestran en el recorrido que explica muy detalladamente la historia real del cuerpo de mosqueteros, alternándola con jugosos detalles de la novela.

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Los creó Luis XIII, una unidad independiente armada con los pesados mosquetes (en la exposición puedes sopesar uno) pero a caballo. Servían como infantería montada, escoltas reales, policía y para asalto de plazas. Una carta auténtica del monarca resulta muy emocionante y tiende otro puente entre la historia y la imaginación: acuerda la gratificación con tres mil libras a ¡tres mosqueteros!, ¿quizá con el júbilo de que hayan vencido a los guardias del cardenal? En todo caso, se nos informa, el pique entre los mosqueteros de Monsieur de Tréville, duelistas impenitentes, y la guardia de Richelieu es una invención, oooh.

Casacas de la Comédie y de otras puestas en escena de la novela, ilustraciones de Doré y dos dibujos de Picasso de mosqueteros figuran entre el material que se expone así como una nutrida panoplia del armamento de la época, incluidas una alucinante colección de espadas y armaduras, entre ellas la auténtica de Richelieu. La exposición está llena de simpáticos guiños: galerías de buenos y malos (los actores que han interpretado a los cuatro mosqueteros y al cardenal), o una auténtica espada de verdugo junto a una ilustración de la escena en que los mosqueteros hacen decapitar a Milady de Winter, inspirada en Lucy Hay, condesa de Carlisle, espía de Richelieu.

Con la cabeza llena de lances y tajos pasé a la segunda gran sala de la exposición que está consagrada a las continuaciones de Los tres mosqueteros así como el final de la aventura histórica de los mosqueteros y su edad de oro. Esta sala tiene algo crepuscular y triste, y no hace mucho por alegrarte el que se exhiban algunas espantosas máscaras de hierro, como referencia a El vizconde de Bragelonne. Se evoca el asedio de Maastrich en el que murieron los dos D'Artagnan, el de verdad (con una bala de mosquete en la garganta) y el nuestro. “D'Artagnan et la gloire ont le meme cercuil”. Ah pero no nos deprimamos. ¿No suena de nuevo el clinc-clanc del batir de las cazoletas de las espadas? El extraordinario catálogo de la exposición (Gallimard) lleva un itinerario mousquetaire por el París de D'Artagnan, que incluye el palacio del cardenal, el cuartel de los mosqueteros, el lugar para cruzar los aceros junto a los Carmelitas Descalzos…. “No temáis las ocasiones y buscad las aventuras, batíos por cualquier motivo, sacad provecho de todo y vivid felizmente y por mucho tiempo”. ¡Allá voy! ¡Un pour tous!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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