El folclor chistoso
La ‘agrocantautora’ asturiana es puro desparpajo aldeano, pero gana puntos cuando introduce elementos de hondura entre tanta espontaneidad
El espectáculo con Lorena Álvarez empieza antes de Lorena Álvarez. Conviene no perderse a ese bufón hilarante (gafas de sol, bigotito corto, traje de operario con bandas fluorescentes) que ameniza la espera pinchando casetes de rumba, raï argelino y tonada asturiana. Verbena pura. Luego llega la jefa y sublima el concepto de pintoresquismo, pero sin imposturas. Porque la rapaza (que diría Nacho Vegas) de mono verdinegro y risotada noble acredita legítima alma de pandeirada y sugiere aromas de prados y heno. La suya es canción de amor y quebranto con prisma aldeano, agrocopla sin prejuicios ni solemnidades. No hay como caer en gracia: Lorena ha patentado casi sin quererlo el folk para hipsters y despierta la admiración entre quienes jamás escucharon los nombres de Marazuela, García Matos o Alan Lomax. O, peor, entre los que, conociéndolos, ignoraron su herencia con desdeño.
La de San Antolín se sabe cinco o seis acordes y a veces tiene que repasarlos porque no los recuerda bien. Pero su canto suena bonito y sincero; y lo es más aún su franca, a veces abrumadora espontaneidad. El acompañamiento de su Banda Municipal resulta conciso (tambor y bombo, a veces laúd) y los refuerzos solo incluyen saxo soprano y castañuelas. El repertorio, breve y un punto reiterativo, se expande con préstamos de Violeta Parra y, pasodoble mediante, ¡Manolo Escobar! Pero el conjunto se sustenta por la personalidad rural y cosmopolita de Álvarez, que estructura el concierto como un entremés: sección sosa, tropical, coral, tradicional y grandes éxitos. El coro de Ladinamo, no menos singular que el resto (la chica con el bolso en bandolera, el moreno de los vaqueros cortos), enriquece sustancialmente las composiciones últimas, las del EP Dinamita, en las que asoma un tono sombrío que augura un futuro de mayor enjundia. Porque el folclor, por fortuna, no vive solo de chistes.
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