Implacable máquina de precisión
Shellac siguen reivindicando la crudeza, el principio básico e irrenunciable del 'what you see is what you get'
Las luces sobre el escenario permanecen encendidas durante todo el show. Unos cuantos focos de iluminación clara y fija, con los rostros del público también visibles. No hay hueco para los claroscuros ni el efectismo. Tan solo tres tipos dispuestos como una implacable máquina de precisión, bajo escrutinio de luz y taquígrafos. No hay aditamento ni un mínimo ápice de esteticismo en todo lo que hacen Shellac en el estrado. Pregonan la supresión de intermediarios entre emisor y receptor. Por eso a Steve Albini y cia se la trae al pairo lo que reseñas (como esta o cualquier otra) puedan decir sobre ellos. Solo cuenta el bagaje acumulado a lo largo de más de dos décadas (tres si añadimos su trayecto previo en Big Black) y el vínculo creado con su parroquia, desde su púlpito de santo y seña de la escena post hardcore y su preeminencia paralela como uno de los ingenieros de sonido totémicos del rock alternativo de las últimas décadas (Nirvana, Pixies, PJ Harvey).
Shellac+Romain. Steve Albini: voz y guitarra; Todd Trainer: batería; Bob Weston: bajo. Sala 16 Toneladas. Valencia, domingo 1 de junio de 2014.
Es el suyo un ritual que se repite casi cada año en alguno de los muchos escenarios del Primavera Sound (donde son casi banda residente) pero que recobra especial vivacidad en una sala cerrada. Y en Valencia era esta la primera vez que el legendario trio de Chicago se dejaba ver. Sus directos son una experiencia eminentemente física, marcada por la rotundidad de un bajo retumbante, una guitarra afiladísima y una batería implacable. Las tres aturden. No hay un solo gramo de grasa en su show, todo es cien por cien fibra. Estrenaron algunos temas de su inminente nuevo álbum y sacaron también a pasear cosas de dominio más común, como A minute, Dog and Pony Show, Canada, Wingwalker o The End Of Radio: composiciones reptantes que se revuelven en cualquier momento como si fueran alimañas, prestas a emprenderla a dentelladas con lo que tengan más cerca, tal y como sugiere el enorme lobo que Albini lleva impreso en una camiseta de estética, cuando menos, dudosa. Una demoledora muestra de poderío que ellos ejecutan con el rigor de un reloj suizo y la solvencia del destajista del escenario. Como quien lava. Tan volcánica como milimetrada.
Siguen reivindicando la crudeza, el principio básico e irrenunciable del what you see is what you get, en tiempos en los que cada vez es más es difícil no sucumbir a los fuegos de artificio. Y siguen sacando a colación un término prácticamente irrecuperable para el rock, irrisorio cuando alguien trata de aplicarlo a cualquier otro proyecto, si es que aún puede tener vigencia: el de peligro. No abundan por estos pagos conciertos de un calibre tan mayúsculo, así que es fácil aventurar que la inobjetable descarga eléctrica de Shellac anoche en 16 Toneladas tarde un tiempo en olvidarse por aquí.
El francés Romain Baudoin, armado con un instrumento híbrido de guitarra eléctrica y zanfona, ejerció antes de telonero ofreciendo un jugoso pase en el que evocó sonidos de la Gascuña rural, entre la tradición de su terruño y desarrollos que podrían remitir a King Crimson o a cualquier mantra oriental. Singular y estimulante, cuando menos.
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