Un partido
Soy alcalde desde 1997 y no me reconozco en ninguna de las acepciones la palabra "casta". Que no me reconozca en ninguna casta no me convierte, sin embargo, en un descastado
Permítanme que me presente antes de dirigirles la palabra. Soy alcalde de l’Eliana (Valencia) desde 1997, senador por designación territorial de las Corts Valencianes desde 2011 y militante del Partido Socialista Obrero Español, en el que he ocupado diversos cargos de responsabilidad. Para muchos de mis conciudadanos, estas parecen ser las señas de identidad del genuino miembro de una casta. Pero no me reconozco en ninguna de las acepciones de esa palabra.
En el artículo enmendado del DRAE, casta se refiere a la ascendencia o linaje; no es mi caso. Tampoco lo es referido a los irracionales: creo ser racional e incluso razonable. No pertenezco por nacimiento a ningún grupo social de la India ni formo parte de ninguna clase especial ni tiendo a permanecer separado de los demás por raza ni religión (aunque no sabría decir si pertenezco a una raza o si profeso alguna religión). La condición de político profesional no es tampoco, en mi opinión, una especie o calidad.
Hasta donde la memoria me asiste, he entendido siempre la política como un servicio. Que no me reconozca en ninguna casta no me convierte, sin embargo, en un descastado: no creo ser ingrato ni haber dejado de corresponder al afecto profesado por la familia, los amigos o todos aquellos —los electores— que el diccionario deja en el “etc.”. No he perdido ni renunciado al vínculo con mi origen e identidad. Me preocupa que quienes hablan de “echar del poder” a unos u otros, considerándolos a todos una casta, piensen inconscientemente en descastar: acabar con una casta de animales, por lo común dañinos. El hombre es un animal político, pero su peligrosidad es excepcional o circunstancial. ¿Quieren decir echar del poder o expulsar del pueblo? ¿No estamos en democracia? A veces pienso que tratamos la democracia como los niños consentidos un juguete nuevo, que rompen o del que se aburren antes de haber agotado todas las posibilidades de juego.
Tengo muy presente, sin embargo, el consejo de Pasolini al radical Marco Pannella: “Debes poner al día semánticamente el lenguaje que usas”. Si digo que soy alcalde o senador, lo que digo es que formo parte de instituciones. Las instituciones, que son tan conservadoras como progresistas, moderan el alcance de la personalidad y del culto a la personalidad. En esto creo profundamente: ¡carisma, ni el de la razón! La ambición de un alcalde o de un senador —términos, sin duda, de un lenguaje que hay que actualizar— queda refrenada por el marco institucional (otro viejo término que uso orteguianamente). La función siempre obra ese milagro al delimitar escrupulosamente cualquier sustancia. Si menciono la palabra “partido”, sé a qué atenerme: a una parte, por fortuna, no al todo; pero tan importante es que la parte no sea el todo como que el todo no sea una parte. No soy partidista, partisano ni parcial por pertenecer a un partido que no representará nunca a todos ni todo lo que concierne a algunos, por muchos o pocos que sean. No aspirar a la totalidad —no ser totalitario— me ha dejado un amplio margen de libertad o libertades en la vida.
¿Debemos poner al día semánticamente lo que queremos decir por Partido Socialista Obrero Español? Muy bien. Usemos el lenguaje. Ponerlo al día significa ponernos a hablar: no dejar hablar, sino ponernos a hablar. No creo que sea demasiado tarde: tal vez el sentido institucional solo suponga tener un sentido más agudo para la paciencia. Al menos hasta el momento en que haya que tomar una decisión. El Partido Socialista Obrero Español ha de tomarla: si quiere volver a hablar y tener algo que decir, primero ha de ponerse a hablar y a escuchar. Se ha anunciado un congreso extraordinario. ¿Hay alguien que dude de que en ese congreso el procedimiento va a ser distinto del de dar la palabra a todos los militantes en todo lo decisivo? Pero eso ya no basta. La experiencia de las primarias abiertas en Valencia permite pensar en ampliar a los simpatizantes la posibilidad de intervenir. ¿Por qué no? No somos —ya lo he dicho— una casta ni tampoco descastados: actuar colectivamente responde al espíritu de nuestras instituciones.
No soy de una casta ni descastado. Ha resultado doloroso comprobar que los electores han preferido oír lo que siempre he creído que eran mis opiniones en boca de otros. Tan doloroso como redentor, si a lo que seguimos prestando atención es a las ideas. Pero si vamos a poner al día nuestro lenguaje, que no sea para privar de significado a aquello a lo que habíamos dado sentido ni para olvidar que las palabras y los conceptos tienen una historia marcadamente provisional: como todo lenguaje, el lenguaje político es una promesa. Nada de cuanto ha sucedido en España en los últimos treinta y seis años me lleva a derribar estructuras de sentido ni a desesperar de la constitución del Estado. Confío en la capacidad inagotable del lenguaje y en la inteligencia de los electores que lo usan. Aspiro a que el Partido Socialista Obrero Español sea una parte representativa y esta es una aspiración racional, incluso razonable.
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