Revolución bailada
El ritmo del sexteto californiano, una exhibición de sudor y pegada, es tan innegociable como sus diatribas contra el capitalismo
La revolución, ya lo advirtió Gil Scott-Heron, no será televisada. La que anoche promovieron The Coup en el mítico sótano de El Sol no alcanzó siquiera los dos centenares de testigos directos, quizás no todos tan pendientes de las soflamas como de la incitación al bailoteo. Porque la revolución, además de urgente, también puede ser divertida, y quizás ahí radique el mayor hallazgo de este incendiario sexteto negro de Oakland, California. Pueden denunciar los salarios de miseria (¿les suena?) mientras se dejan el alma dando palmas en The magic clap. O casi rematar su muy sudorosa faena sobre el escenario desarrollando una fórmula infalible: Laugh / Love / Fuck (Ríe / Ama / Folla). Así visto, parece sencillo darles la razón.
Nada sería lo mismo sin la figura carismática e intencionadamente excesiva de Boots Riley, un agitador marxista (si ello aún es posible) de patillas trapezoidales y ostentosa melena afro. Boots gasta americana y corbata con la manifiesta intención de parodiar a los poderosos, de convertirse en una jodida y genuina mosca cojonera. Boots rapea, salta, propina patadas al aire, bordea el paroxismo. Boots busca traductores entre el público para que su mensaje no le pase a nadie inadvertido. “La mejor manera de comprometerse con el mundo es cambiarlo”, nos adoctrina antes de poner en funcionamiento una salvaje máquina de funk en Gunsmoke.
El groove, la pegada, es como la ideología anticapitalista: innegociable. El despliegue físico resulta encomiable, sin un solo momento en que el metrónomo baje de las cien pulsaciones. El guitarreo desbocado de Prince asoma tras Shoyoass, pero la sombra del genio de Minneapolis ya había aparecido antes, en Strange arithmetic: algo muy parecido a lo que sucedería si The Clash se colaran en los estudios de Paisley Park.
Para prolongar el paralelismo, también disponemos de contrapunto femenino en la figura de la muy carnal Silk-E, que incluso se posiciona al frente de la nave en Gods of science¡. El mundo se ha echado a perder y no resulta fácil enderezarlo a golpe de funk. Pero alborotadores como The Coup hacen la vida más llevadera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.