Para regenerar la política
Con el cambio que se avizora la opacidad cambiará por techos de cristal
Una consecuencia de la crisis que nos aflige es el descrédito de los políticos. Así lo revelan los sondeos de opinión y se percibe en la calle a poco que le tomemos el pulso. Y justo es que así sea, no tanto a nuestro entender por lo que los gobernantes han hecho —que también y de modo principal— sino por lo que han omitido o callado en asuntos a su alcance. Uno de esos asuntos es su propio estatuto corporativo e institucional nutrido de bicocas y privilegios que hoy día chirrían por anacrónicos e injustificados, sobre todo si son juzgados con criterios progresistas, tal como acaba de hacer Ximo Puig, secretario general del PSPV, que en este apartado condensa —creemos— el parecer de toda la izquierda.
Nos referimos al conjunto de propuestas que el citado dirigente formuló con motivo del pasado 25 d’Abril con el arduo propósito de recuperar la confianza de los ciudadanos en la política y, consecuentemente, en los políticos. De todo ese repertorio solo glosaremos aquí unos pocos apartados que juzgamos fundamentales para el buen fin del empeño. El primero de ellos es la necesaria transparencia de la gestión pública que los sucesivos gobiernos del PP nunca han observado. Como es sabido, al amparo de su mayoría absoluta han convertido la administración en su propio cortijo, blindado contra toda fiscalización. Una aparente ventaja que ha terminado por abocarles al fracaso, pues ha sido el caldo de cultivo de tanta corrupción vergonzante. Con el cambio que se avizora en la Generalitat, se han acabado las cláusulas de confidencialidad en los contratos y similares ardides en beneficio de los techos de cristal. Es un compromiso del que tomamos nota.
Y también se acabó el aforamiento de los diputados que únicamente viene sirviendo para proteger jurídicamente a los presuntos delincuentes que han abusado sin medida de este beneficio decimonónico. Basta ver el escandaloso escamoteo procesal que despliega la alcaldesa de Alicante —por citar un caso entre muchos—, marcando sin recato los tiempos y la elección a su conveniencia de la instancia jurisdiccional para colegir que estamos ante un procedimiento circense, propio de ventajistas y rábulas. Lo que le faltaba a un sistema judicial tan garantista, moroso y enseñoreado en buena parte de su censo por jueces fachas para beneficio de los poderosos, incluidos los políticos de fortuna. Por cierto, ¿cuántos hay en el trullo? Otra ganga caducada. Va en ello la respetabilidad de las Cortes, tan manipuladas y venidas a menos que bien le cuadra la descripción de el melonar en la que abunda un cronista lúcido y ácido.
Resulta evidente que esta regeneración de la vida política y parlamentaria, que conlleva otras medidas pertinentes que obviamos, no podrá ejecutarse sin la conquista del Gobierno autonómico, un trámite que afortunadamente no está al alcance de un solo partido, por más que algunos socialistas ensueñen glorias pasadas. Basta, pues, de melindres. Quieran que no, su suerte —y la del País Valenciano— dependerá del denominado tripartito, del buen entendimiento del PSOE con Compromís y EU, una fórmula democrática perfectamente viable, además de ineludible si se aspira a ser una alternativa al hato político de baja intensidad democrática —por describirlo sin acritud— que todavía nos gobierna. Su grotesca invocación del peligro catalanista y de otras memeces sólo acredita su desarme dialéctico y anticipa su derrota. Amén.
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