La necesaria modernización de los sindicatos
Un reciente estudio venía a reconocer que el sindicalismo español es el que dentro de la UE hace más con menos
De manera recurrente se le reprocha a las organizaciones sindicales estar ancladas en el pasado y no ser capaces de adaptarse a la realidad cambiante. Más allá de este tipo de generalidades, no encuentro ni un solo argumento que confirme esa máxima. Desde el punto de vista comparativo, no sé a qué modelo sindical europeo se nos pretende enfrentar como referencia ni me consta que las diferencias se deban a las prácticas o manera de organizarnos unos y otros; más bien, las diferencias estriban en el papel que las legislaciones de unos y otros Estados miembros otorgan a las organizaciones sindicales. Así, mientras en la Europa más desarrollada social, industrial y materialmente, ni aún en tiempos de crisis se cuestiona el papel fundamental de los sindicatos, en España asistimos a una constante campaña de descrédito perfectamente orquestada e indocumentada. No me refiero a que no haya documentos sobre asuntos de corrupción en los que algunos sindicalistas puedan estar presuntamente implicados, sino a la falta de documentos que acrediten esa falta de modernidad que se nos atribuye.
La Constitución española asigna a las patronales y a los sindicatos un papel determinante en la gestión y resolución de las controversias entre capital y trabajo, lo articula a través de la negociación colectiva y nos exige el esfuerzo hercúleo de responder a ese reto con la única fuente de financiación de las cuotas abonadas por los afiliados. Es decir, que las organizaciones sindicales están llamadas a intervenir en todos aquellos convenios colectivos que se negocian en nuestro país y en todos los conflictos en los que tenemos representación sindical, el 80% de las empresas con órganos de representación; por si esto fuera poco, el sindicato también interviene en el ámbito confederal y territorial en la negociación y concertación con los distintos gobiernos, estatal y autonómicos. En definitiva, hacemos lo que nuestros sindicatos hermanos hacen en el conjunto de la Unión Europea, pero con menos recursos, luego el hecho diferencial no estriba en esa supuesta falta de modernidad, sino en la carencia de recursos y reconocimiento para afrontar el papel constitucionalmente asignado. Un reciente estudio, por aquello de la “documentación”, venía a reconocer que el sindicalismo español es el que dentro de la Unión hace más con menos.
Tampoco tengo constancia ni se ha explicado suficientemente que en materia de formación ocupacional o continua la fórmula de excluir de una exigua parte de su gestión a las patronales y a los sindicatos, que es lo que hasta ahora hemos gestionado, garantice mayores ratios de eficacia y ausencia de corrupción, que por otra parte es lo que se pretende trasladar a la opinión pública sin otro argumento que el intentar convertir en general lo que es particular.
En esta difícil coyuntura es fácil trasladar la idea de que las organizaciones sindicales no están a la altura de las circunstancias, como si el sindicato tuviera la solución a todos los problemas o como si se nos hiciera caso en nuestras propuestas para la resolución de determinados problemas. Ni lo uno ni lo otro, ni tenemos la solución de todos los males ni es nuestro papel ni se nos hace caso. Cándido Méndez, la UGT, viene denunciando lo suicida de la política de recortes y austeridad desde el inicio de la crisis, lo hizo frente al Gobierno de Zapatero y lo sigue haciendo con el actual Gobierno de Rajoy, defiende y aboga por una mayor integración europea y ha venido aportando las soluciones de mutualización de la deuda, políticas económicas expansivas y estímulos al crecimiento que muchos años más tarde han hecho suyas aquellos que gobernaron hace poco y no pocos de los que gobiernan ahora, pero no se atreven a enfrentarse con la ortodoxia que dictamina Alemania y el PP europeo. En un momento de crisis como el actual, el ciudadano dispara contra todo y contra todos, y en ese estado de desesperación justificado no distingue el papel ni la responsabilidad de unos y otros, especialmente cuando interesadamente algunos sitúan a los sindicatos como diana a la que disparar.
El sindicato está siempre abierto a la crítica, dispuesto a los cambios que le ayuden a mejorar, es decir, a ser más útil a los trabajadores y a la sociedad en la que vive y para la que trabaja; pero debe denunciar el trato injusto y discriminatorio que nuestra legislación le asigna respecto del sindicalismo europeo más avanzado. Ya sé que es difícil, con los tiempos que corren, exigir la financiación que nos corresponde si se quiere de verdad que el sindicato juegue el papel que se nos otorga y nos corresponde constitucionalmente, pero para entablar un diálogo honesto y constructivo se necesita decir las cosas con son o como uno las ve.
Nosotros, frente a aquellos que nos acusan de ser el sistema, debemos sentirnos orgullosos de ser y defender el sistema, la democracia que hemos contribuido a crear tras cuarenta años de dictadura; pero combatir, como lo hacemos, aquellas políticas que generan desigualdad, injusticia social y desamparo. El sindicalismo español está al lado de los trabajadores en cada empresa, en cada conflicto, en cada mesa de negociación, con sus fuerzas. Es un contrapoder, no es el poder, y éste tiene por definición el afán de debilitar cuanto contrapoder se le oponga. La pregunta es: ¿les vamos a dejar?
Ismael Sáez Vaquero es secretario general de MCA-UGT-PV
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