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CANCIÓN | Ute Lemper
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La seducción evaporada

La alemana naufraga en su aproximación al poemario de Neruda, inverosímiles por lo endebles

La cantante  Ute Lemper, anoche, en Madrid.
La cantante Ute Lemper, anoche, en Madrid.CULTURAINQUIETA.COM

Aparece Ute Lemper esbelta y estilizada con ese vestido azul de velos negros, aletea los brazos como una diva volátil y resulta fácil comprender esa fascinación que viene cultivando durante tres décadas por medio mundo. Brotan de sus labios los primeros versos de la Oda con un lamento y de inmediato se cierne la sospecha de que no afrontamos la velada más memorable de la rubísima dama. Entre otros motivos, porque se expresa en un castellano de tan severo acento germánico que a veces cuesta esfuerzo discernir qué idioma emplea. Puede que Lemper no se sienta cómoda como intérprete, igual que la experiencia tampoco resulta reconfortante desde las butacas del Nuevo Apolo. Y ese distanciamiento se prolongó, con matices, hasta los bises.

“Es un placer descubrir vuestro idioma a través de esta poesía”, proclamará poco después (en inglés) la de Münster. Para ello se ha embarcado en la aventura de poner voz y música a algunos de los más arrebatados poemas de amor de Pablo Neruda. El problema, acaso derivado de la cuestión idiomática, es que en la voz de Ute se evapora la seducción lírica del chileno. Nuestra protagonista quiere mostrarse rotunda , pero se desploma en los brazos de la endeblez. Su afectación carece de profundidad y se torna afónica, inverosímil y desnortada. Y el cosmopolita sexteto acompañante siempre parece expresarse con el freno de mano echado, temeroso de avasallar a la jefa de filas. Hasta los guiños a Piazzolla suenan famélicos, un delito seguramente tipificado en el código penal argentino.

Todo es tan desdichado en este proyecto que algunos poemas se ofrecen extrañamente en francés o inglés, tal vez porque Lemper, barruntando el naufragio, intenta orillarse a la chanson o el jazz vocal ligero. La alemana solo salva el tipo con El viento en la isla, donde ha sabido rubricar una partitura que transmite sensación de viaje, tránsito, trepidación. Así las cosas, se agradece, mucho, una propina tan obvia como Lili Marleen, aunque la posterior sucesión de La vie en rose, Mackie Messer y All that jazz bordea el popurrí. Lo que nos faltaba.

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