Retorno a la tradición campestre
Artesanos cuentan cómo cambiaron de vida para asentarse en el rural y fabricar o cultivar productos con técnicas del pasado
Por raro que parezca existe un vínculo entre el petrolero Mar Egeo que encalló frente la Torre de Hércules en 1992, la cestería tradicional made in Galicia y la marroquinería de lujo de Loewe. O entre las alturas del cielo, el terrenal cultivo de la huerta y la gastronomía de élite. Y el cuidado al aire libre de gallinas y la conservación del zorro. También entre la panadería y las grandes travesías marítimas que descubrieron América. El lazo entre tan eclécticas actividades no es otro que un retorno a lo tradicional y al campo emprendido con éxito por un puñado de artesanos y productores. Decidieron dejar atrás carreras y profesiones ajenas por completo a los usos y costumbre del pasado y el agro para asentarse en el rural gallego y convertirlo en su medio de vida fabricando “como se hacían antes” quesos, castaña, sidra, galletas marineras o cestos.
“Mi prioridad es salir de la cestería tradicional”, cuenta Idoia Cuesta, “y demostrar que su técnica más al uso se puede aplicar en muchos terrenos, como la joyería, la arquitectura”. O el tejido en piel que Loewe eligió para su exclusiva gama de 'bolso Galicia'. Salió del pequeño taller de artesanía, Cestería Contemporánea, que esta vasca tiene desde 2003 en su casa de Outeiro de Rei (Lugo). Cuesta es una de los ocho protagonistas del Parladoiro del mercado de la cosecha que se celebró este año en A Coruña, de la mano de Estrella Galicia, Gadis y R, con el fin de dar a conocer “iniciativas del medio rural que merecen la pena”. Ocho emprendedores que se subieron al estrado para contar, en apenas 10 minutos cada uno, como dieron un giro de 180 grados a sus trayectorias vitales para dedicarse a proyectos que devuelven vida y energía a un rural en capa caída.
Idoia Cuesta (Lasarte, 1969) no se arrepiente para nada de haber dejado la investigación universitaria y su tesis inacabada sobre el impacto del Mar Egeo para fabricar cestos. Aprendió las técnicas tradicionales de una señora de Outeiro de Rei que ahora es su vecina y decidió innovar aplicándolas a materiales que nada tienen que ver con el mimbre, como la lana o la piel. “Modifico también volúmenes y formas, al igual que se transforma el uso de las cestas que ya no se utilizan para recoger patatas en el campo, sino para decorar”. O lucir en pasarelas de moda como la Cibeles, como los complementos que Cuesta ideó para la colección primavera-verano de Sara Coleman en la Fashion Week de Madrid de 2011.
Y si Cuesta participa en las altas esferas de la moda, es en las cocinas de élite en las que aterrizan los productos de la huerta de Santiago Pérez, un piloto de líneas áreas que renunció a volar para abastecer a la alta hostelería. Desde su tierra natal de Lugar de Castres, en Teo, a las puertas de Santiago, cultiva en la Finca de los Cuervos productos y especies recuperadas cien por cien gallegos que le encargan a la carta los mejores chefs. La calidad, la frescura, la fabricación de acuerdo con tradiciones viejas incluso de varios siglos pero que corrían riesgo de caer en el olvido también están detrás de las atractivas historias de Miguel Arean y sus castañas Naiciña, la sidra tradicional que Miguel Soto produce en su cooperativa de la manzana del Ulla o los quesos ecológicos en forma de seno y divertido envoltorio que fabrica Germán García en la recuperada granja familiar de Cortes de Muar en Silleda (Pontevedra).
Fue también un cambio drástico de vida el que emprendieron los hermanos Lois Llamazares al dejarlo todo para fabricar en Chantada (Lugo) galletas marineras. Recuperaron una ancestral receta del también llamado pan o bizcocho de barco que, “sin aditivos ni conservantes” llevaban a bordo los marinos en las largas travesías del siglo XV “como única solución para conservar pan de forma natural”. “Se trata de un producción responsable”, destaca el gerente de Daveiga, una marca que cumple ahora ocho años en el mercado.
El mismo espíritu y voluntad que anima a Nuria Varela, la dinámica dueña de una granja para nada al uso. “No fabricamos huevos, cuidamos gallinas”, reza el lema de Pazo de Vilane, una propiedad familiar en Antas de Ulla (Lugo) que Varela decidió recuperar e impulsar con una espectacular y muy respetuoso criador de aves al aire libre. Comenzó con 50 gallinas, y hoy tiene 70.000 con campo suficiente para explayarse y poner sin hacinamiento, ni estrés 50.000 huevos al día de lo más ecológico. Otra destacada iniciativa de agricultura biológica con una historia que merece la pena conocer.
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