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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nuestro Pakistán

En las primarias del PSC se dieron dos tipos de relación clientelar: la de la candidatura oficial y la de la propia comunidad pakistaní

Las elecciones primarias del PSC destaparon unas prácticas clientelares propias de otros tiempos, de tal manera que, en lugar de incentivar la democratización de la vida pública, solo han conseguido incrementar el descrédito de los partidos políticos. Es evidente que personas que llevan décadas residiendo en Barcelona deberían tener derecho a voto y que, por lo tanto, todo gesto a favor de su integración en la vida política debe ser bienvenido. Pero una cosa es promover genuinamente la participación de los inmigrantes en la vida pública local y otra muy distinta utilizarlos a la desesperada para conseguir un puñado de votos, sin fomentar una integración de fondo ni facilitar una elección en libertad ni la información indispensable para el ejercicio del derecho a sufragio.

El clientelismo es una relación entre dos personas de estatus, poder y recursos desiguales, en la que cada una considera útil tener un aliado superior o inferior a sí mismo. El vínculo clientelar es siempre jerárquico y desigual, y viene dominado por un criterio de utilidad.

La relación entre la candidatura oficialista del PSC y la comunidad pakistaní fue desigual, porque unos tienen mucho poder y algunos de los otros son desposeídos; pero también es utilitaria, porque intercambiaban votos por promesas de derechos civiles completos. La aproximación interesada a los inmigrantes no es una práctica nueva ni exclusiva de un único partido político. Pero en este caso, además de la búsqueda del voto a voto que pretendía compensar el fracaso de la movilización ciudadana, el candidato Collboni prometió públicamente incorporar a inmigrantes en su lista electoral como una forma de resolver la “anomalía democrática” de su falta de representación en el Ayuntamiento de Barcelona.

El clientelismo de la candidatura oficial confluyó con otro tipo de relación clientelar, que es la que practican algunos líderes de la comunidad pakistaní con sus compatriotas. En el Raval todo el mundo sabe que hay una serie de personas que tienen un poder notable sobre el conjunto de la población inmigrante. Es verdad que la comunidad pakistaní, como la mayoría de movimientos migratorios, se ha ido formando a base de redes de contactos y que en su caso, además, ha pivotado sobre un modelo de familia muy extensa en la que hermanos, primos, cuñados y sobrinos lejanos son parte de un mismo núcleo.

Además de la búsqueda del voto a voto el candidato Collboni prometió públicamente incorporar a inmigrantes en su lista electoral

Así, pues, efectivamente hay mucho de cultural en el hecho de que acudieran a votar en grupo, lo cual no impide reconocer que dentro de la comunidad hay personas de estatus, poder y recursos elevados que tienen una influencia simbólica y real remarcable sobre el comportamiento del conjunto. En algunos casos, este poder se traduce también en prácticas clientelares vinculadas a la obtención de permisos y todo tipo de papeles oficiales que son ajenas a las leyes democráticas. Obviamente, este comportamiento no es atribuible a toda una comunidad que, en términos generales, se ha integrado con facilidad y ha promovido la convivencia pacífica en nuestros barrios. Pero una buena integración exige la denuncia de los comportamientos delictivos y el cumplimiento universal del cuerpo legal democrático compartido.

El éxito del modelo de integración pasa también por un reconocimiento activo de estas comunidades. Un efecto colateral de las primarias es que nos brindan la oportunidad de contrarrestar la imagen dada con una mejor comprensión de la comunidad pakistaní. Porque más allá de su presencia en comercios de proximidad y de su visibilidad como vendedores ambulantes, ¿qué sabemos sobre su vida cotidiana, sobre su pasado, sobre sus expectativas de futuro? La ignorancia general sobre su país de origen demuestra una falta de curiosidad y una indiferencia que se aleja de la supuesta buena convivencia. ¿Por qué escogieron Cataluña en la ausencia de cualquier tipo de lazo cultural, lingüístico, religioso? ¿A qué se dedican? ¿Cómo son sus paisajes y sus ciudades de origen? ¿Cuáles son sus referentes culturales? ¿Qué hacen en su tiempo libre?

Más allá del integrismo islámico y el terrorismo que le asuela, Pakistán es un país muy complejo de más de 180 millones de habitantes que cuenta con una élite liberal que se opone a la violencia generalizada y al poder del Ejército, mientras alimenta una cierta vida cultural y artística y nutre unas universidades con una creciente presencia de mujeres.

La comunidad pakistaní de Cataluña está compuesta por unas 50.000 personas que mayoritariamente proceden del distrito de Gujarat, en la provincia del Punjab. Huyen del miedo y de la falta de perspectivas de futuro y encuentran en nuestro país unas estructuras relativamente acogedoras que hacen que el riesgo y los costes asociados a la emigración sean menores que en otros destinos europeos. Hoy, 20 años después, las familias reagrupadas ya forman parte de nuestro tejido social y la segunda generación se escolariza en nuestras aulas.

El gran problema es que las escuelas asumen en solitario y en muy malas condiciones el trabajo de integración, mientras nosotros miramos hacia otra parte y todavía no hemos decidido si optamos por el modelo multicultural anglosajón o por la integración a la francesa.

Judit Carrera es politóloga.

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