Gran voz sin público
Nina Stemme puso su voz de colores oscuros, carnosa y potente,al servicio del liederismo germánico sin hallar el seguimiento merecido en el Liceo
Cuatro años después de su arrollador triunfo en el Liceo con una Salomé, de Strauss, de alto voltaje, Nina Stemme ha regresado para ofrecer un recital, acompañada al piano por Matti Hirvonen. Pero el Liceo ya no es lo que era: acudió poco público y el exceso de toses y ruidos empañaron el regreso de la cotizada soprano sueca. Definitivamente, si no es de la mano de un divo mediático como Jonas Kaufmann, que ha agotado el papel para el recital de hoy, consagrado al Winterreise, de Schubert, el lied tiene negro futuro en un teatro que, más que nunca, se diseña con la mirada puesta en la taquilla.
Al margen de las causas —precios altos, exceso de oferta, poco interés por este repertorio, pobre difusión—, Stemme merecía una respuesta más cálida. El genuino aliento romántico de las canciones de Schumann sobre textos de Lehnau abrió un programa consagrado al liederismo germánico, que incluía las cinco canciones de Richard Wagner sobre poemas de Mathilde von Wesendonck, una selección de cinco lieder de Mahler del ciclo sobre poemas de Friedrich Rückert y al libro de El muchacho de la trompa mágica y, como contrapunto final, cuatro canciones de Kurt Weill.
NINA STEMME
Matti Hirvonen, piano.
Obras de Schumann, Mahler, Wagner y Weill
Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 24 de marzo
Con una voz de colores oscuros, carnosa y potente, y un infalible instinto dramático, Stemme otorgó extraordinaria intensidad a cada canción. Del bloque mahleriano queda para el recuerdo una conmovedora Ich bin der Welt abhanden gekommen (Me he alejado del mundo), el lied más conocido de Mahler, base del famoso Adagietto de la Quinta Sinfonía, donde cobró más relieve el correcto acompañamiento de Hirvonen.
A Stemme se le pueden reprochar ciertas durezas y exceso de temperamento teatral: pero es que, tras ascender al trono de las mejores intérpretes de Isolda de su generación y tener en su repertorio personajes como Turandot, de Puccini, la voz de Stemme es un instrumento de vigorosos acentos dramáticos. Por eso fueron tan intensos sus Wesendock-Lieder y las cuatro célebres canciones de Weill (Nanas Lied, Je ne t’aime pas, Youkali y Surabaya Johnny, que elevaron un recital que merecía mejor suerte.
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