Beyoncé, el ‘glamour’ dinámico
La diva estadounidense desplegó en Barcelona un espectáculo apabullante, aunque entrecortado, ante 18.000 personas que habían agotado las entradas
Veinte minutos pasaban de las 21:00h. Un estruendo sacudió el Palau Sant Jordi y fue respondido por un bramido aventado por 18.000 gargantas. Sonaban unos tambores y el telón con el nombre de la estrella que cubría el escenario fue izado. Más ruido, ensordecedor. Las cámaras de fotos titilaban en las gradas. Una pantalla de vídeo rectangular comenzó a escupir imágenes y descendió hasta situarse a nivel del escenario. ¿Por dónde saldría la estrella? Brotó de una trampilla y posó desafiante, vestido corto de lentejuelas, corte desenfadado y tono rojizo. La diva recogía la primera gran ovación. Sus bailarinas se ocultaron en un segundo plano. Inicio para despeinar a la audiencia, casi una producción hollywoodiense. Beyoncé ya triunfaba simplemente mostrándose bajo su melena rubia, larga y cuidada. Comenzaba el show.
La estrella tejana tiene bien claro que hoy en día el espectáculo ha de ser el envoltorio que acoja la música para las masas. Hay en ella ojos nuevos que navegan por la red hechos a múltiples estímulos. Y eso era el espectáculo de Beyoncé ya desde sus primeros instantes. Comenzó con Run the world y una coreografía en la que Beyoncé estaba rodeada por su cuerpo de baile. Detrás, y sobre unas plataformas cuyas caras eran también pantallas, músicos y coristas completaban el grupo, numeroso, de acompañantes de la diva. Pero casi todos eran empequeñecidos por el ordenado vómito de imágenes en blanco y negro, que decaía cuando la coreografía mandaba o cuando en Flawless, unos bailarines ocuparon el escenario pequeño situado en el centro de la pista. ¿Dónde demonios mirar? A la reina.
Luces cegadoras y buenas coreografías apoyaron la veintena de canciones
Y esta sabe dejarse mirar. Contoneándose seductora y explícita, con constantes cambios de vestuario, por lo general escuetos, con una imagen que diríase salida de un prospecto de cosmética y una melena esculpida en la cual cada cabello parecía tener un recorrido asignado, Beyoncé centraba las miradas. Es tal su cuidado por la imagen que en un hecho insólito, la diva no permitió fotos realizadas por nadie que no fuese de su equipo. Al tiempo, frases del perfil "feminista es la persona que cree en la igualdad social, política y económica de los sexos". Belleza y conciencia, los motores de un espectáculo políticamente correcto al amparo de los tiempos que incluyó un fragmento del Padre Nuestro en castellano.
A todo esto el concierto iba avanzando. Manteniendo un sonido con graves densos y duros, propios del hip hop y de la rítmica urbana, piezas como Get me bodied, Diva o Partition iban esculpiendo su señal en el espectáculo. Jugaba un papel destacado la gran pantalla de video de altura regulable, en muchos casos ejerciendo la función de muro separador entre la parte del escenario destinada al baile y la trasera, sobre la que se elevaba la banda, femenina al completo. Pero ya mediado el recital, cuando sonaba Haunted, pareció que la mecánica del concierto no iba a deparar más sorpresas. Apareció vestida con traje de noche y con un vozarrón inapelable encaró la pieza tras un receso.
Un ejemplo de lo mastodóntico que puede ser un ‘show’ ‘made in USA’
Y ese era en cierto modo el talón de Aquiles del show. Tal y como si se tratase de un partido de fútbol americano, el espectáculo lo es todo, pero solo se juega a ratos. Eso ocurría con el show de Beyoncé, asaeteado por interludios necesarios para cambios de vestuario, retoques de maquillaje y alineamiento de cabellos díscolos. Por ejemplo, tras Haunted sonó, luego de interludio, Drunk in love y tras otro interludio, se inició Why don't you love me. Total, tres cortes y al menos dos cambios de vestuario para dar paso a otras tantas canciones. Y encima, en esta última, Beyoncé se quedó estática en escena para recibir aplausos. Acostumbrados al fútbol, deporte en el que todo pasa sin solución de continuidad, este espectáculo se antojó muy norteamericano por entrecortado.
La recta final del concierto siguió por los mismos derroteros. Beyoncé, todo potencia vocal, se cambiaba de ropa y cantaba Love on top, Crazy in love, Single ladies o Halo entre otras. Luz para iluminar Calahorra durante una semana, sonido para hacer vibrar hormigoneras, fuego, confetis y globos. Un ejemplo de lo mastodóntico que puede ser un espectáculo made in USA, despliegue de medios al servicio de quien puede aguantarlo sin pestañear. Beyoncé, sin ir más lejos.
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