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FOLCLOR | ELISEO PARRA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una inyección de primavera

La química entre el vallisoletano y su sexteto es un patrimonio nacional. Y hay que ser muy estrecho de mente para resistirse a sus hechizos

Eliseo Parra, durante su actuación del miércoles.
Eliseo Parra, durante su actuación del miércoles.F. N.

Algunos ritos estacionales del Café Central merecen ser incluidos en nuestras (paganas) oraciones. Igual que Javier Krahe alivia cada diciembre la indigestión navideña con su particular ‘almax’ vitriólico, Eliseo Parra acude siempre al encuentro de la primavera con un cantar que es alborozo puro. Música que brota de la tierra y reverdece cada día, una floración sonora que solo provoca alergia entre las mentes pusilánimes y estrechas. El vallisoletano y sus seis escuderos de cabecera (doce años de matrimonio indisoluble, un patrimonio nacional) se comunican hasta de reojo. Varía el repertorio; varían los pálpitos, las pulsaciones. Pero la inyección de primavera, de vitalidad, está asegurada: viene incluida en el precio. La suministra un hombre sabio al que sus biógrafos anotan sesenta y tantos abriles, cuando ningún fisonomista se los atribuiría ni por asomo.

Hace de su música un arma de

Los mejores cardiólogos deberían recomendar experiencias tan vivificantes como la de anoche y toda esta semana. La juventud es también un estado de ánimo y Eliseo la contagia. A su repertorio, que proviene de nuestros tatarabuelos y en sus manos se transforma en filigrana contemporánea; y a su auditorio, que se descubre canturreando y sonriendo, cuando no marcándose una jota, como si a la salida solo aguardaran cosas buenas. Parra hace de su música un arma de resistencia y un reto de creación vivísima. La Juliana es una cantinela asturiana que intercala algo muy parecido a un blues. El bajo de Guillem Aguilar coquetea con el funk durante un corrido maragato. Una ronda segoviana de almireces (Matita de perejil) se amiga con pasajes jazzísticos y Por el azul de este mar, única composición propia de la tanda, se explaya como solo saben quienes escucharan a Yes o King Crimson en sus años mozos.

El menú es lo bastante rico como para alternar piezas favoritas con otras menos trilladas e incluso un par de “estrenos mundiales”. Eliseo sorprende recuperando un fandango de sus años en Mosaico, No le des más vueltas, indudablemente pegadizo pero aún pendiente de un pulido más fino. Y la jota del trasmonte asturiano sirve para mostrar un registro muy grave, casi desconocido, en la garganta de un hombre al que le encanta ejercer como caja de sorpresas.

La jornada acaba en fiesta, como de costumbre. Y no solo por los manejos de Xavi Lozano con la muleta o la ¡valla de obras!, que en sus labios suena como un duduk armenio. Ni por el armonio telúrico de Eduardo Laguillo en La llave de la alegría. Ni por la eclosión de voces y percusiones. Eliseo convierte en fiesta la vida misma. Como si su arte se hubiera instalado en una eterna primavera.

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