La timidez del pianista de jazz
Brad Mehldau ofrece interpretaciones de largo recorrido, cargadas de lirismo denso y arrebatado
No se sabe muy bien por qué, los pianistas de jazz acostumbran a ser tipos raros y taciturnos, normalmente, cargados de manías cuando no directamente insoportables. Piénsese en un Keith Jarrett y en quienes le precedieron, Bill Evans o Thelonious Monk.
Se dirá que Brad Mehldau no llega a la altura de los precedentes en sus excentricidades. La fama de raro, la tiene, aunque ello tenga más que ver con su proverbial timidez que por lo que hace o deja de hacer sobre el escenario. En su concierto madrileño del lunes, por ejemplo, se contentó con mandar alejar a los fotógrafos lo más lejos posible del piano. Comparado con los aquelarres que acostumbra a organizar Jarrett en sus apariciones públicas, una fruslería.
Quien va a escuchar a Mehldau guarda la compostura y el decoro debidos sin necesidad de que el pianista salga a reñirles. Claro que Mehldau llena cuantas veces haga falta. Ocurrió hace unos meses, en su concierto a piano solo en el Auditorio, y volvió a suceder anoche en el Lara, con motivo de la inauguración del séptimo Ciclo 1906 de Jazz.
Acompañado por los infalibles Larry Grenadier, al contrabajo, y Jeff Ballard, a la batería, el de Jacksonville (Florida) ofreció un concierto en la línea de lo que puede escucharse en sus discos a trío, incluyendo el último, Where do you start.
Interpretaciones de largo recorrido cargadas de un lirismo denso, arrebatado, un tanto oscuro, a veces. Mehldau en estado puro. Hay quien le acusa de distante. Lo explica Julián, seguidor incondicional del pianista para quien, la de ayer, fue una noche gloriosa: “Quienes le critican no entienden que Brad es un poeta”. Sobre el escenario, el poeta metido a músico de jazz guarda las distancias con el teclado, como si una fuerza invisible le obligara a mantenerse apartado del instrumento. Visto en la distancia, conserva el mismo aire de debutante de cuando venía al Café Central, hace algunas décadas.
No se fíen de las apariencias: el ya cuarentón pianista es un viejo zorro y sabe lo que hay que dar al público a cada momento. Sus conciertos son un muestrario de sus habilidades como baladista y bopper, versioneando a sus autores preferidos del pop o interpretando sus propias composiciones.
Mehldau, hoy, es una marca de calidad o, mejor, un modo de hacer. Su huella resulta inconfundible en todo cuanto toca. No hay mejor elogio que ese para un músico de jazz, ni para un poeta.
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