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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una falla en Tokio

Ni siquiera está ya RTVV, cuyas cámaras consignaron el resplandor de aquella hoguera fatua que duró varios días

Miquel Alberola

Los japoneses tienen dos nombres para designar el mes de marzo. Sangatsu es la forma funcional y administrativa, pero cuando marzo adquiere el significado explosivo de los cerezos en flor recibe el nombre tradicional de yayoi. Aquel marzo de 1998, los brotes del primaveral Eduardo Zaplana estallaban en Tokio bajo un cielo de cuervos, donde había montado su propia falla al calor de la feria de bienes de consumo que organizaba la Secretaría de Estado de Comercio en Japón. El entonces presidente del Consell, con un exagerado séquito que superaba al de los organizadores y la Casa Real, trataba de acaparar la atención de todas la cámaras e inversores para consagrar su yayoi (que con la perspectiva de los años se parece a los fundamentos de la hecatombe de la Generalitat) y hacer acciones para su cosecha particular.

La primera noche, en la cena del Instituto de Comercio Exterior, mientras Meg Ryan mascaba virutas de jamón de bellota, Pedro García exhibía la primera cámara digital de fotografías, una filigrana que hasta ese momento nunca habíamos visto, y para su diversión nos tomaba imágenes con la acreditación de la bandera nacional en la solapa, las mostraba entre risas y luego las borraba. El mecanismo de ese novedoso artilugio, aunque lo desconocíamos en ese momento, era la clave que regulaba el sistema de funcionamiento político oficial: tomar, divertirse y borrar. Pero el calendario se ha mostrado implacable.

La cámara que usaba el jefe de prensa de Zaplana pertenecía al director del Instituto Valenciano de la Exportación (Ivex), José María Tabares, quien había firmado el contrato con el cantante Julio Iglesias para que fuera el heraldo de Zaplana por el mundo. Tabares ha vivido los últimos años en Japón para evitar la extradición, hasta que ha prescrito su delito continuado de estafa y falsedad, por utilizar el Ivex como avalista en operaciones privadas. De su ordenador se extrajeron imágenes sicalípticas tomadas con aquella misma cámara con la que jugueteaba el virginal García (que luego sería director de Ràdio Televisió Valenciana —RTVV— y socio de Orange Market), quien ahora está imputado por blanqueo de dinero, delito fiscal, cohecho, malversación y prevaricación por el contrato de la retransmisión de la visita del Papa.

También ha sido arrasado el Ivex, la estructura administrativa que costeó la cena de gala con empresarios en el hotel Shin Takanawa Prince, en la que cantó Julio Iglesias y a la que Zaplana llegó con dos horas de retraso sin que nadie, ni siquiera García, supiera dónde se había metido. Incluso ese torrefacto vocalista, que arrancó con Quijote (“que presume de ser español donde va”), ha sido requerido varias veces por la Justicia por el dinero que cobró en aquellas pompas, hasta que finalmente desembuchó que fueron seis millones de euros (cuatro más de lo que la verdadera estrella de aquellos festivales, Zaplana, dijo en las Cortes Valencianas).

Hasta se desvaneció la sonrisa espuria de uno de los figurantes más siniestros de aquella comedia, el que fuera consejero de Industria Diego Such, al que, sin embargo, persigue el rastro de sospecha de varios chanchullos, como el de la vivienda que le construyó una empresa a la que adjudicó obras. Aquel sangatsu lo devoró casi todo. Ni siquiera está ya RTVV, cuyas cámaras consignaron todo el resplandor de aquella hoguera fatua que duró varios días y en la que Zaplana, por ahora, ha resultado ser el único muñeco indultado.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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