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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cataluña no es Crimea

La comparación con Ucrania y Crimea funciona internacionalmente pero incomoda en Madrid y Barcelona

Lluís Bassets
Espera de los resultados del referéndum en Simferopol (Crimea)
Espera de los resultados del referéndum en Simferopol (Crimea)THOMAS PETER/Reuters

Hay momentos miméticos y hay otros en que se busca la máxima singularidad. La vía catalana se inspiró en la vía báltica. La división entre independentistas y unionistas, en el modelo irlandés. Hay que ver cómo han pesado los modelos canadiense y escocés en el debate sobre la consulta legal y autorizada. La separación entre checos y eslovacos y la independencia de Noruega han servido de contraejemplos de las secesiones violentas, especialmente las balcánicas, de cuya experiencia surge el adjetivo amenazador que Aznar esgrimió con gran anticipación. Kosovo, cuya independencia nunca ha reconocido Madrid, ha gravitado permanentemente sobre el proceso catalán.

Así son las cosas. Lo normal es comparar e imitar. Unos y otros buscamos los ejemplos que nos sirven y cerramos los ojos ante los que nos molestan. Esta semana hemos visto que Cataluña no es Ucrania y tampoco es Crimea. Respecto al referéndum de ayer, además, las dudas son insultos. La Assemblea Nacional Catalana se propone celebrar su consulta “con todas las garantías y exquisitez democrática”, mientras que la convocatoria a las urnas realizada en Crimea por las autoridades pro-rusas no cumple ni uno solo de los requisitos exigibles internacionalmente y se limita a ratificar una independencia que ya ha declarado previamente y bajo coacción el parlamento regional.

Las comparaciones se han hecho odiosas en casa pero abundan entre los de fuera. Vitaly Churkin, el embajador ruso en Naciones Unidas, ha evocado el caso catalán en el Consejo de Seguridad para defender la legitimidad del referéndum crimeo, algo que incomoda a todos, en Madrid y en Barcelona. Exactamente el argumento contrario del New York Times en un editorial que pide sanciones contra Rusia por la invasión militar de Crimea: “En el actual estadio de confrontación en Ucrania es importante señalar que el problema no es simplemente 'quién es el propietario de Crimea'. Esta es una pregunta difícil, pero como han demostrado los secesionistas en Quebec, Escocia y Cataluña, hay vías legítimas para plantearla”. Gregor Gysi, el portavoz de Die Linke (La Izquierda) en el Bundestag alemán, también encuentra semejanzas, que evocó en una diatriba parlamentaria que avala precisamente la posición española sobre Kosovo. “Con Kosovo se abrió la caja de Pandora”, ha señalado. “Los vascos se pregunta por qué ellos no tienen derecho a convocar un referéndum para decidir si quieren pertenecer a España; los catalanes se pregunta por qué ellos tampoco; y también se lo preguntan los ciudadanos de Crimea”.

Un editorial del New York Times, un debate en el Bundestag y otro en el Consejo de Seguridad, y apenas unos pocos ecos amortiguados en Madrid y Barcelona, eclipsados por el encontronazo provocado por Margallo con su informe sobre las siete plagas de Egipto que se abatirán sobre la Cataluña independiente y su visión profética sobre una pobre nación errante por los siglos de los siglos entre los espacios intergalácticos. Eso si gusta y estimula. Nada como un buen ministro de Exteriores dedicado a los interiores. Y al contrario de lo que sucede con las evocaciones ucranias y crimeas, gusta en Madrid como en Barcelona, paradoja que nos interroga sobre el misterio de esas comparaciones incómodas.

Una primera respuesta radica en la inversión que sufre Ucrania, donde el derecho a decidir se halla en manos del imperialismo ruso y el principio de integridad territorial y preservación de fronteras favorece en cambio al nacionalismo ucranio pro europeo. Madrid se acercaría peligrosamente a Moscú, en contradicción con su encuadramiento occidental, si apurara su posición ya establecida sobre Kosovo. El independentismo catalán, por su parte, tuvo que rectificar su imprudente amenaza con una revuelta como la de Maidán, que se abatiría sobre Rajoy si cerrara en falso el debate sobre la consulta, según el documento Estrechar lazos en libertad elaborado por la Generalitat en respuesta al argumentario de Exteriores Por la convivencia democrática.

Así es como casi todos han ido tomando distancia respecto a Ucrania. Con una salvedad: Maidán, Tahrir, y otros levantamientos populares inicialmente pacíficos, se hallan en la cabeza de quienes han ideando la Hoja de Ruta hacia la independencia, que tiene que discutir la ANC el próximo 5 de abril. En ella encontramos propuestas de “movilizaciones masivas, puntuales, ágiles y espectaculares que centren permanentemente la atención del mundo” y planes de “control de las grandes infraestructuras y fronteras, puertos, aeropuertos, la seguridad pública, las comunicaciones...”, que inevitablemente evocan a la vez el levantamiento insurreccional de los ucranios y la ocupación del territorio por las autodefensas pro rusas en Crimea. Cuando Gertrude Stein le dijo a Picasso que el retrato que le había pintado no se parecía, el genio malagueño le respondió que no se preocupara porque el tiempo resolvería el problema. Ahora Cataluña y Ucrania o Crimea no se parecen, pero con tiempo y una Hoja de Ruta como esta, ya se parecerán.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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