El misterioso tren nocturno
‘Tokyo dream’ juega a un surrealismo pos-industrial, desmesurado a veces y en búsqueda de un contacto corporal expeditivo y hasta brusco
Si algo juega a favor de la coreógrafa Mey-Ling Bisogno es su tesón y constancia. Instalada en Madrid desde 2008 no ha dejado de ofrecernos espectáculos que ponen de relieve su inventiva y cómo se crece ante carencias materiales, situándolos en su contexto de manera inteligente, que no enturbien la idea central, que en su caso es de lo que más importa.
Tokyo dream juega a un surrealismo pos-industrial, desmesurado a veces y en búsqueda de un contacto corporal expeditivo y hasta brusco. El lenguaje bascula de lo satírico y extremado a una pulsión de tierra grave, tan densa como la fuente sonora, basada en un sostén electrónico que soporta el potente directo de la batería y otros instrumentistas de percusión muy empeñados en llevar la voz cantante y el ritmo, si bien atronador, capaz de llenar el ambiente, reforzar esa idea de espacio desnaturalizado y como dije, surrealista, lo que se acentúa con la acción de performance que deriva hacia una plástica recurrente y objetual.
TOKYO DREAM
Coreografía y escenario: Mey-Ling Bisogno; música, percusión y banda sonora: Martín Ghersa e Isabel Romeo; vestuario: Diego Duarte; luces: Cristina Gómez y Paloma Parra. Teatro Galileo. Hasta el 16 de marzo.
Hay un séptimo personaje que va ataviado a la japonesa (quimono, vara de artes marciales, pasos de servidumbre) y juega a ser catalizador, comodín de varias secuencias. El movimiento es siempre de trazo grueso e intencionalmente no de gran exigencia técnica, sino que la coreógrafa instrumentaliza dúos y grupos hacia una batalla rítmica para llegar a un ritual de objetos subyugante y que es, sin dudas, de lo mejor de la obra, aunque en esa sección la danza brille por su ausencia: el baile, si se quiere, está en la esencia de la acción, donde se arma una maqueta de un tren y una ciudad imaginaria, miniatura que ocupa todo el escenario y arrincona a los artistas en un refugio. El trencito con su despiadada luz blanca recorre y pita solitario, se hace dueño, marca el territorio. Por ser en Tokio se puede pensar en aquella película de Kurosawa del niño loco por los trenes: Dodes’ka-den (1970), donde los márgenes también saltaban.
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