Renovarse o arder
¿Imaginan que en París o Berlín aparecieran hordas de falleros cortando calles, poniendo carpas y tirando petardos?
Será arder, como todos los años. Porque si hay una fiesta anquilosada, que vive al margen de los barrios que invade, son las Fallas. Da lo mismo la crisis, las protestas de los vecinos, las denuncias acumuladas y ganadas por los ciudadanos (bidón de gasoil y pasarela colgante, retirados, por poner dos ejemplos de los dos últimos años), que allá a mediados de febrero llegan los camiones de luces italianos (luego hablaremos del empleo local….) y empiezan a tirar cables sin control por toda Russafa, sin pedir permiso a los propietarios de los balcones. ¿Para qué? A partir de ahora, vale todo.
No solo no han escuchado las reclamaciones de los vecinos, no. Es que ni tan siquiera, por una cuestión de lavado de imagen, se plantean ir acordes con los tiempos. Resultaría fácil que, en esta dureza económica que atravesamos, las comisiones falleras decidieran rebajar el número de bombillas y repartir el resto de su presupuesto a organizaciones sociales. ¿Mande?
Es solo una posibilidad de las mil que existen si se quiere escuchar, si no actuaran con la misma prepotencia de todos los años. Sí, la calle es y continúa siendo suya. El mundo fallero se precia de mantener la tradición valenciana, las costumbres y el abolengo del masclet: la Valencia del siglo pasado. Solo han evolucionado para emplear materiales que cada año contaminan más y que convierten a los artefactos en piras de humo negro. Tampoco se les pasa por la cabeza contratar empresas valencianas para todo el asunto de la iluminación. No seremos nosotros quienes estemos en contra del tránsito de trabajadores libremente. No, pero el europeísmo debe valer para todo.
¿Imaginan por un instante que en París o Berlín aparecieran como setas hordas de falleros cortando calles, poniendo carpas, atando postes a las fincas, tirando petardos a todas horas? Es mucha imaginación, al igual que pensar que en Pamplona puedan soltar toros al antojo de descerebrados recorriendo la cuidad, durante tres semanas. Recuerden que a Russafa llegan los camiones de luces, invadiendo calles y aceras, el 12 de febrero. Mes y medio largo de ocupación. Muchos empezamos a pensar que deberíamos dejar de pagar los impuestos correspondientes a esas semanas.
El despropósito general comienza el 1 de marzo. ¿21 mascletades? ¿A santo de qué? ¿Son vacaciones para todos? ¿Qué celebramos con ese gasto? Igual no nos hemos enterado. O sí. A saber, los falleros parecen que quieren demostrar que aquí todo es más grande. Como concepto. El día 1, el balcón del Ayuntamiento se abre a los valencianos (es un decir, porque siempre van los mismos) y a toda España. Xè, com som els valencians!
Plantear un modelo más civilizado de fiesta fallera es predicar en el desierto. ¿Cómo es posible que no haya ningún atisbo de modernidad, de cambio, en las fallas? En este “marco incomparable”, las pequeñas comisiones, como Arrancapins, que pretenden retomar la esencia de las fallas, pasan desapercibidas. Además de la contaminación acústica, estos días desaparecen por arte de magia los contenedores de reciclaje. Dinero tirado en campañas para concienciar a la población de lo importante que es para el planeta tirar el vidrio y el plástico donde toca.
Se les olvida decir que se recicla todos los días, menos en Fallas. No hablemos de los hábitos de los pequeños. La mayoría de los padres parecen encantados de soltar a los niños por aceras, parques y donde sea, para que liberen adrenalina tirando petardos. Es frecuente ver a esos padres tomando cervezas en cualquier cafetería al aire libre y a su prole, sin vigilar, haciendo el bestia. Porque no se puede calificar de otra forma que les permitan tirar petardos a las fuentes públicas o las papeleras, por citar dos casos. O a los peatones. ¿Qué más da? Más que educación para la ciudadanía, en Valencia sería obligatorio enseñar a los escolares educación fallera en particular y de manera urgente. Bueno, y a esos padres que da gusto verlos ajenos al comportamiento de sus hijos, también.
Y no hablemos de analizar siquiera la duración excesiva y desproporcionada de esta fiesta. Nada. En 2014, volveremos a pagar las merendolas, fiestas privadas, coches oficiales de las cortes de honor con el dinero de todos. Vivirán tres semanas a costa de nuestro trabajo, el que lo tenga. Y desde el balcón municipal venderán al resto del mundo lo felices que somos aquí.
Amparo Hernández y Laura Huse son vecinas del barrio valenciano de Russafa
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