La eclosión hormonal
Los hermanos Lynch son jóvenes, guapos y televisivos, un típico producto adolescente Pero al menos la chavalería puede entrar en un concierto a escuchar guitarras eléctricas

En Madrid solo existen dos posibilidades de que un concierto empiece a las 19.30: o estamos en el Auditorio Nacional o Disney anda por medio. Ayer, en la Shoko, no había más que atender al griterío y la media de edad de los (las) asistentes. Tal vez a usted no le suenen R5, pero ello solo puede significar que lleva demasiado tiempo descuidando la relación con sus sobrinas. Anoche se dirimía el debut madrileño de los cuatro hermanos Lynch y su amiguísimo, el batería. Añadamos que Ross, cantante principal, protagoniza la serie Austin & Ally, mientras que Riker, el bajista del flequillito, aparece en Glee,y ya tenemos el bochinche organizado.
Jóvenes, guapos, televisivos. La infalible vuelve a dar sus frutos con esta familia californiana de (¡qué fertilidad!) 18 a 21 años. Rubitos querúbicos, saltarines como un anuncio de zapas y tan lozanos que Ross avala con su camiseta de tirantes que no pagó en balde la matrícula del gimnasio. La audiencia, femenina en un 90%, se muere del gusto, pulveriza los móviles, alardea de patriotismo (banderas bicolores, cartulinas de Spain loves you). A las dos docenas de padres se les distingue por estar de brazos cruzados, con ese gesto de resignación de quienes, lejos ya de la eclosión hormonal, han empezado a comprender lo dura que es la vida.
Los chicos y la chica tocan bien y practican ese pop-rock yanqui de estribillos hiper-bólicos y una parte de oooh, oooh. Las canciones parecen a menudo fotocopias, pero con un par de excepciones: una correctísima versión de Love me again, de John Newman (un jitazo, admitámoslo) y el impecable soul blanco de What do I have to do. No es Sexual healing, pero por ahí se empieza. Y por la entrada de la chavalería en una sala de conciertos, objetivo casi imposible en esta ciudad absurda y pacata.
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