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Donde la carretera se acaba

La historia de un pequeño pueblo se hace ficción Cinco novelas del ciclo de la memoria de Alfons Cervera reunidas ahora en un volumen

Alfons Cervera en Gestalgar.
Alfons Cervera en Gestalgar.JESÚS CISCAR

Cuando Alfons Cervera toma la palabra cada 3 de julio en la concentración de las víctimas del accidente del Metro de Valencia, es un personaje urbano. Pero la pentalogía que acaba de publicar bajo el título de Las voces fugitivas nos lleva a Gestalgar, un pequeño pueblo de la Serranía valenciana donde la carretera se acaba. Los estudiantes de literatura castellana de la universidad alemana de Konstanz lo conocían como Los Yesares, su trasunto literario, hasta que lo visitaron con sus profesores en un pequeño congreso sobre la obra del escritor valenciano, finalista en 2010 del Premio Nacional de Literatura con Esas vidas.

“Lo que diferencia a una ciudad de un pueblo es el tiempo”, comenta al hilo de lo mucho que cunde el día en este enclave montañoso. En Esas vidas “la protagonista es la casa”, dice de una edificación alta y estrecha de 1889 donde ha escrito desde 1993 el ciclo de la memoria que empezó con El color del crepúsculo. Junto a portadas de ediciones extranjeras de las cinco novelas, un póster de los Beatles y otro de Godard delatan sus querencias, mientras una guitarra le recuerda el eterno deseo de saber tocarla.

En medio de consideraciones académicas, “lo que más les chifló” a los estudiantes germanos, recuerda, fue una mesa redonda con tres vecinos del pueblo que son personajes de las novelas. “Siempre salgo haciendo tontadas, ¿no puedes sacarme haciendo otras cosas?”, preguntaba al autor uno de esos no menos de 30 gestalgareños que figuran en sus historias ficticias en las que reconstruye la vida del pueblo a lo largo de un periodo que va desde la II República a la transición. Más que los detalles reales de escenarios o personas, lo que importa es traer a la memoria “los hechos que antes solo fueron contados desde la versión única e interesada de los vencedores”. El hispanista francés George Tyras, traductor de Cervera y Vázquez Montálban, lo equipara a este, a Marsé y Llamazares en ese “ejercicio de recuperación de la memoria confiscada”, que tiene un arranque más afectivo que político: “Son las novelas de mis pueblos pequeños, de la gente pequeña; es una literatura un poco de lo pequeño que publico incluso a través de una pequeña editorial, que es mi editorial de toda la vida”. A punto de publicarse su última novela en francés, muestra el borrador de la próxima —donde la imagen de los Beatles que preside el estudio abre un capítulo—, concebida a partir de un hecho acaecido en los setenta en otro pueblo, Vilamarxant. En la ficción todo discurrirá en Los Yesares, que para Cervera es como santa María para Onetti, aunque en pequeño.

Al otro lado del río, las ruinas de unas casonas aisladas delatan el proceso de elaboración del yeso que allí tuvo lugar hace décadas, y que da nombre al escenario de los recuerdos novelados por Alfons Cervera. “Nunca tomo notas”, asegura mientras se cruza por las calles del pueblo con sus personajes de verdad.

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