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ROCK | The Sadies
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Expertos tahúres

El grupo es toda una institución del mejor rock de raíces que se factura en su Canadá natal

Los Sadies son como ese pariente al que todo el mundo reverencia por su sapiencia y probidad, pero rara vez goza de protagonismo en las celebraciones familiares. Esa presencia permanentemente en segundo plano, a la que se recurre cuando se trata de pedir consejo, en virtud de una autoridad que irradia de forma no demasiado perceptible, pero sí constante. No gozarán nunca de la atención mediática de la que disfrutan compañeras de viaje tan ilustres como Neko Case, ni del predicamento pop de paisanos como The New Pornographers, pero son toda una institución del mejor rock de raíces que se factura en su Canadá natal. Y cuando hablamos de su país, hablamos también de esa forma tan particular con la que las bandas del país de la hoja de arce acogen los géneros del árbol genealógico norteamericano: con la reverencia debida pero también con cierta distancia. La misma que marcan esos trajes de cowboy kitsch que se gastan.

The Sadies

Dallas Good: guitarra y voz; Travis Good: guitarra y voz; Sean Dean: contrabajo; Mike Belitsky: batería. Wah Wah.

Valencia, jueves 30 de enero de 2014.

De hecho, si hay algo que marca la trayectoria del cuarteto de Toronto, y se aprecia en cada uno de sus directos, es su habilidad para lucirse en el manejo de una baraja de cuatro palos: básicamente, la animosidad cow punk, el alternativismo country (lo que venía a llamarse hace décadas nuevo rock americano, vaya: hay que ver cómo recuerdan a veces a Green On Red), los cableados eléctricos de la patente Neil Young y esa psicodelia que a veces limita con el surf rock y otras con lo fronterizo. Cierto que quizá no sea un abanico de registros como para epatar, pero hay que ver cómo los someten. Con ellos funciona aquella idea de los cuatro cánones (en forma de canción) que se limitan a repetirse, con ligeras variaciones, cada diez o quince minutos. Pero qué cuatro canciones.

Su concierto de anoche en Wah Wah, a menos de un año vista de su última visita a la misma sala, no fue una excepción a la regla. De hecho, podrían ser a la americana lo que The Meat Puppets fueron al post hardcore, por cifrar un paralelismo cercano en el tiempo (aquellos también visitaron la sala hace menos de dos años). Las guitarras desafiantemente crujientes de los hermanos Good, el dominio sobrio y robusto de los fundamentos, y-en resumen-el perfecto engrasado de una de esas máquinas que siempre que recalan por aquí parecen (bueno, de hecho lo hacen) jugar en su propia liga. Desgranaron buena parte de su notable Internal Sounds (décimo álbum, sin contar rarezas o compilaciones) y temas de toda su carrera, pero pocas sonaron tan concluyentes como la versión de A House Is Not a Motel (Love) con la que cerraron.

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