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Slobodeniouk estrena año con la Sinfónica con dos conciertos

El público comprendió y gozó “Memento”, de Octavio Vázquez, y recibió con aplausos su interpretación

El director Dima Slobodenoiouk junto a la soprano Helena Juntunen
El director Dima Slobodenoiouk junto a la soprano Helena JuntunenXURXO LOBATO

El nuevo titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Dima Slobodeniouk, ha dirigido su primer programa de este año con la formación, en dos conciertos correspondientes a los abonos de viernes y sábado. La primera obra interpretada ha sido Memento,de Octavio Vázquez, con la que el compositor gallego residente en Nueva York ganó en 1998 el II Concurso Internacional de Composición Andrés Gaos de la Diputación de A Coruña.

La obra está inspirada por la frase Memento mori –que, según la tradición, un esclavo desde repetía a los generales romanos al regreso triunfal de sus campañas-. Se inicia en un clima denso y en ella alternan momentos de dramatismo como los magníficamente interpretados al chelo por Ruslana Prokopenko, con otros en los que reina un cierto tono irónico, lo que hace bien visible su inspiración e intención. Por su escritura con muchos divisi (los instrumentos de una misma sección tocan notas diferentes) de gran separación de registro grave y agudo necesita una lectura de gran claridad de líneas y una dinámica muy matizada como las que Slobodeniouk ejecutó en el Palacio de la Ópera. Su melodía bien reconocible y su armonía hacen que se siga con atención por todo tipo de público. El de A Coruña comprendió y gozó la obra –ya interpretada en otras ocasiones-, y recibió con aplausos su interpretación.

Cerraron la primera parte los Wiesendonck lieder de Wagner, que cantó Helena Juntunen. La soprano finlandesa tiene un timbre precioso, brillante incluso por momentos, y su expresividad es fiel a texto y música, cantando con mucha sensibilidad y una afinación prácticamente perfecta. Es una pena que la mala proyección de su voz haga que esta no ruede bien en numerosos pasajes, especialmente por su emisión en piano cerrando la boca y por algún apoyo en la gola cuando canta en forte. Slobodeniouk la acompañó con verdadero mimo y los ambientes sonoros fueron totalmente adecuados al carácter de cada canción. Fueron de destacar la nerviosa vivacidad de Stehe Still (Detente) o la sensación de cálida neblina que llega a sentirse en la suspensión sonora de Im Treibhaus (En el invernadero), donde destacó la belleza del solo de viola de Eugenia Petrova.

En la segunda parte se interpretó la Sinfonía nº 7 de Serguéi Prokófiev. Una obra llena de melodías fácilmente asimilables por el público infantil a quien iba destinada. Pero también de la sutil ironía del compositor ruso. Slobodeniouk hizo una versión soberbia, de verdadera referencia, al frente de la OSG, algo que quedó patente en la transparencia y sutileza del sonido resaltando la belleza del tema fugado.

Lo mismo se puede decir del ambiente creado por la melodía inicial, en el que la gran separación de altura de las notas -que por momentos recuerda esos terribles ambientes sonoros de Shostakóvich- está impregnada de la ironía característica de Prokófiev. Y esta se hace juguetona en la ligereza del segundo movimiento, con un gran solo de trompeta de John Aigi Hurn, y en la marcha que separa como en dos islas la serena formalidad del Andante espressivo. El Vivace final fue atacado con un ritmo realmente vertiginoso, que solo se puede sostener con una gran precisión en el podio y una extrema concentración en los atriles. Virtudes que destacaron en maestro y profesores, especialmente a lo largo de todo el concierto del sábado, en el que Slobodeniouk introdujo sutiles variantes interpretativas que dieron como fruto un vuelo expresivo, mayor incluso que el logrado el viernes. Orquesta y director fueron premiados ambos días con una cálida, sonora y muy merecida ovación.

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