La sabiduría adquirida
Xoel López, que ha multiplicado los matices de su voz en todas las direcciones, obra el milagro de hacer brillante un concierto acústico
Lo llaman concierto acústico por no decir solitario, y se requiere una brillantez nada común para que la experiencia, de tan adusta, no termine resultando monótona. Xoel López, antes Deluxe, obró anoche el pequeño milagro en una sala El Sol que había agotado el papel semanas atrás. Salvo para el irreductible núcleo de charlatanes compulsivos, la velada resultó deliciosa. Xoel solo manejaba la baza de alternar guitarras, piano y ukelele (con armónica, un micrófono de efectos y percusión de pie como aditamentos). Fue suficiente. Eso, su destreza, las sensibilidades acumuladas y dos docenas de canciones estupendas; algunas (La gran montaña, Hombre de ninguna parte, Rostro de actriz, De piedras y arena mojada), simplemente magníficas.
Buenos Aires le sentó tan bien. Los ritmos suenan autóctonos y la guitarra, casi criolla. La adquirida sabiduría folclórica lo impregna todo, en esencia o superficie (¡A saia da Carolina con la armónica!). El hombre que se sabía de memoria hasta la última línea de bajo de los Beatles aprendió a escuchar también a Mercedes Sosa. Y es maravilloso que así suceda, porque el conocimiento, lejos de estorbar, siempre deja poso.
El crecimiento del coruñés, desde aquel chavalito indie con buenas ideas que escribía en inglés, resulta espectacular. El joven despabilado pero clónico de antaño suena ahora desde el primer acorde a Xoel López. No rasguea la guitarra: la domina con pericia insultante. Escribe letras poéticas, sugerentes y luminosas en su lengua madre, que es con la que se ama y se blasfema. Incluso puede ser malévolo y contagioso (Historia universal). Y, lo mejor de todo, ha multiplicado los matices de su voz en todas las direcciones. Le escuchamos ayer dúctil o rotundo, desesperado o tan lírico como un muchacho que decidiera hacernos partícipes de sus fragilidades.
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