Un ‘trencadís’ cultural
Resulta difícil encontrar, en la Comunidad Valenciana, un edificio que represente mejor la megalomanía y el engreimiento de nuestros gobernantes.
El asunto de la cúpula del Palau se ha encauzado con una rapidez que ha sorprendido a todo el mundo o, cuanto menos, a un buen número de personas. Habituados como estamos a la conducta del Gobierno valenciano, uno esperaba que el tema se dilatase durante meses, a lo largo de conversaciones inacabables. No ha sido así. Todo se ha resuelto con una prontitud envidiable. Es cierto que las obras aún deben comenzar y las dificultades técnicas que deberán resolverse no son menudas. Pero, en lo fundamental, el problema parece encarrilado. Calatrava, siempre tan renuente a reconocer sus errores, ha mostrado una actitud favorable en esta ocasión. No era para menos, si tenemos en cuenta las minutas que la Generalidad le ha abonado en el pasado.
Aunque alabe la presteza con que se ha conducido el conflicto, no me importaría que se produjera algún retraso en la solución. Un Palau de les Arts protegido por redes y andamios, con el acero de la cúpula al descubierto aquí y allá, es una imagen perfecta de nuestra desmesura y sus consecuencias. Resulta difícil encontrar, en la Comunidad Valenciana, un edificio que represente mejor la megalomanía y el engreimiento de nuestros gobernantes. Por ello, no vería mal que purgase su exageración durante unos meses. Aunque, no creo que este pequeño ejercicio de humildad tuviera algún efecto sobre la conciencia de los valencianos. La memoria colectiva es frágil y olvidamos con facilidad.
Desde que surgió la crisis económica, no dejamos de hablar de los excesos cometidos por los gobiernos del Partido Popular. Es difícil encontrar un proyecto iniciado por Eduardo Zaplana o Francisco Camps que haya conocido el éxito. No digamos ya que beneficiara a los valencianos. Las diferentes empresas que estos hombres comenzaron han acabado, por unas u otras razones, en el fracaso. Ha fracasado Terra Mítica creada —según nos aseguraban— para mejorar el turismo de Benidorm. Benidorm se las ha apañado sola y el parque ha terminado en manos privadas, tras gastarnos en su construcción un ojo de la cara. También ha fracasado la Ciudad de la Luz. ¿Recuerda el lector todo cuanto se dijo de estos estudios y lo que representarían para Alicante? Leer las declaraciones de los políticos del momento —declaraciones que pueden consultarse en cualquier hemeroteca digital— causa una terrible vergüenza. Todas estas empresas se realizaron de cualquier modo, con precipitación, sin un plan preciso. Surgieron de una vaga idea, y tras abonar unas imponentes minutas a las consultoras que las avalaron. Fueron, en suma, una carísima propaganda electoral que ha vaciado el bolsillo de los valencianos.
Ninguno de estos proyectos resultó, sin embargo, tan dañino como el Palau de les Arts. El Palau fue una creación artificial que proyectó, durante un breve tiempo, una imagen falsa de la Comunidad Valenciana. Nuestros gobernantes quisieron situarnos a la altura de cualquier ciudad importante de Europa, pero actuaron sin contar con una base social que, seguramente, no existía. La solución fue echar mano a la chequera, es decir, al presupuesto. Los efectos de esa conducta crearon una cultura desequilibrada. Mientras no se reparaba en gastos para contratar a los mejores directores de orquesta y cantantes, dejábamos hundirse al IVAM, desaparecía nuestro enclenque tejido teatral, mal dirigido, o menguaba la industria editorial. Los efectos de esa política los vemos ahora: un trencadís cultural que ha saltado por los aires y que —este, sí— resultará muy difícil reparar.
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