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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El discurso hueco del Rey

Si alguien ha defraudado la confianza de la ciudadanía ha sido la Corona como institución

He dejado para ayer, dos días después, la lectura del mensaje que el Rey leyó para todos los españoles en Nochebuena. Lo hago, por tanto, tras conocer las opiniones de varios responsables políticos, así como el parecer de algunos comentaristas y tertulianos, empeñados en que sus opiniones no resulten estridentes.

Son los aires de la Navidad, tan abiertos e indiscriminados que nos llevan a felicitar las fiestas con el mismo énfasis a quien cena angulas como al que cena pollo asado e, incluso, a quien cena un bocadillo servido por una asociación solidaria. Por eso se analiza el discurso del Rey con tan escasa exigencia como el escaso rigor de quien, o quienes, se lo redactaron. Por eso, antes de comentar las palabras reales, conviene restar importancia a las opiniones cuya finalidad, lejos de analizar el texto con minuciosidad, se queda en no violentar a nadie, ni siquiera acercarse moralmente a quienes, a buen seguro, solo podrían reaccionar ante las palabras del Rey blasfemando.

Sí, es verdad que dijo algo de “los casos de falta de ejemplaridad en la vida pública que han afectado al prestigio de la política y de las instituciones”, pero esa ejemplaridad necesaria hubiera precisado de una coletilla que se refiriera a su propia institución monárquica. Y hubiera sido muy pertinente que su alusión a “una actualización de los acuerdos de convivencia” pasara por un acto de contrición, pues si alguien ha defraudado la confianza de la ciudadanía ha sido la Corona como institución.

También ha contenido el discurso alusiones a la crisis, pero ¿a qué crisis? Porque la crisis que nos afecta no es solo económica, sino moral e ideológica. No es verdad que “la crisis empezará a resolverse cuando los parados tengan la oportunidad de trabajar”, porque esta crisis ya ha descapitalizado moralmente a la sociedad española, ha generado desigualdades flagrantes, ha multiplicado el número de pobres y hambrientos, ha dejado sin techo a demasiadas personas y ha convertido la pobreza en un riesgo cercano para muchos. Esto no puede ignorarlo el Rey. ¿De qué sirve subrayar que “los pensionistas están siendo el soporte de muchas economías familiares y agradecerles la ayuda”, sin haber adelantado que sus condiciones económicas han sido cercenadas mediante “reformas” excesivas en el sistema de pensiones y reducciones en sus jubilaciones? ¿En qué medida la Corona ha hecho esfuerzos parecidos?

Es verdad que “España es una gran nación que vale la pena vivir y querer y por la que merece la pena luchar”, como dijo, atribuyendo la frase a su hijo el Príncipe heredero. Pero no se trata de una frase memorable; cualquier español lo habrá dicho alguna vez, aunque bien se puede decir lo contrario en boca de alguien a quien las contrariedades le aflijan. Por lo que merece la pena luchar es por los españoles que viven en ella, y sufren en ella, y mueren en ella.

La invitación a las fuerzas políticas a que “sin renunciar a sus ideas, superen sus diferencias para llegar a acuerdos para afrontar el futuro” no sirve para nada, y bien se ve que ha pasado el cedazo de los asesores del presidente del Gobierno. En suma, un discurso huero que a nadie debió esperanzar, por lo menos a nadie de los parias o españoles sencillos que, ya faltos de fe, en lugar de reclamar acciones firmes a favor de la igualdad real de todos los españoles se han quedado en la mendicación de “oportunidades” para los desempleados y los pobres.

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