La Orquesta Sinfónica cierra el año con un Brahms decepcionante
Los esfuerzos del pianista Paul Lewis intentan salvar un concierto falto de tensión
La Orquesta Sinfónica de Galicia(OSG) ha celebrado su último concierto de abono de en 2013, bajo la dirección de su anterior titular, Víctor Pablo Pérez. En programa, dos grandes obras totalmente representativas de Johannes Brahms: la Sinfonía nº 1 y el Concierto para piano nº 1, con Paul Lewis como solista. De las últimas actuaciones de Lewis cabe destacar su interpretación en 2010 de los cinco conciertos de Beethoven con la OSG, en las que logró alcanzar una gran altura.
Menos cota logró alcanzar en el concierto del viernes con el Primero de Brahms, cargado con el lastre de una introducción -ese normalmente apasionado Maestoso inicial- atacada por Víctor Pablo con tal lentitud y tan escasa tensión expresiva que ni los excesivos contrastes dinámicos ni los esfuerzos de su concertino, Massimo Spadano, por marcar una impronta más expresiva lograron hacerle levantar el vuelo.
Al inicio del Adagio central, el color de maderas y la melodía de las cuerdas crearon el ambiente propicio para que Lewis desarrollara en buena medida su talante lírico. Fue especialmente notable el precioso segundo tema del piano, en el que Lewis realzó su suspensión sonora con un brillo cristalino realzado, como todo el movimiento, por su hermosa disposición de planos sonoros. Lo que, pese a sus esfuerzos, no resultó ser suficiente para arrastrar a una mayor expresividad a Pérez y la orquesta.
La denodada lucha del pianista por aportar una buena dosis de pasión brahmsiana con un encendido inicio del Rondó final no logró mejor respuesta del pesado ejercicio sonoro impuesto desde el podio. Hasta tal punto de errar en el que normalmente tendría que haber sido unos de los momentos culminantes de su interpretación: la brillante escala descendente situada poco después de la mitad del movimiento. El desajuste orquestal en la entrada del acorde final fue el corolario del más audible que visible desencuentro rítmico podio/piano. Los aplausos del público no lograron ni una propina del maestro inglés.
La introducción de la sinfonía, Un poco sostenuto, adoleció de la misma falta de tensión. Los desajustes en entradas y un excesivo contraste rítmico y dinámico caracterizaron a lo largo de su duración -cincuenta minutos largos el viernes-. La aligerada armonía brahmsiana en el Andante resoluto propició el ambiente en el que el oboe de David Villa creó los mejores momentos de la noche, los más llenos de emoción con su eco musical y emotivo en el clarinete de Ferrer. En el delicado solo de violín escrito por Brahms, el de Spadano se vio sepultado por el alud sonoro que se le vino encima.
El Un poco allegretto e grazioso fue un plano ejercicio sonoro en casi toda su extensión, desde el inicio hasta el desajustado acorde final. En el cuarto movimiento faltó elasticidad de tempo en los poco incisivos pizzicati de su introducción y tensión expresiva. La joven Saleta Suárez hizo un solo de flauta muy sentido. Fue notable la presencia de la trompa de Gustavo Castro antes del exagerado calderón- casi como esas pausas enfatizantes de tantos discursos políticos- en el silencio previo al tema-homenaje a la Novena de Beethoven, bastante menos conmovedor de lo que siempre cabe esperar de su ejecución. El Presto y la coda final, desajustados y confusos.
Al final, parte del público aplaudió y ovacionó con una fuerza que sorprendió a más de uno y contagió a muchos más, prácticamente una mayoría. Y es que la música de Brahms enciende pasiones que no se apagan con una losa ni con el extintor de las más tediosas interpretaciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.