Música escandinava y Mozart en el concierto de la Sinfónica
Un gran violinista y caracteres compositivos contrapuestos marcaron el recital
La Orquesta Sinfónica de Galicia ha ofrecido sus conciertos de abono de viernes y sábado en el Palacio de la Ópera dirigida por Robert Spano y acompañando al violinista Ray Chen. En programa, Isola, de Sebastian Fagerlund, que se estrenaba en España, el Concierto para violín nº 4 de Mozart y la Sinfonía nº 1 de Nielsen.
Por su sólida formación, Ray Chen es un gran violinista: todo un músico que interpreta desde un dominio técnico absoluto de su instrumento. Pero que también dota a su versión de un hondo sentimiento que proviene de una mirada un tanto romántica desde su interiorización de la obra. Y es que, bien entrado el s. XXI, parece definitivamente superado por los más jóvenes intérpretes el Cabo de las Tormentas de todos los “ismos”. También los perdurables rigores de aquel historicismo surgido fente a tanto exceso de intérpretes que a mediados del XX no solo interpretaban todo desde un hiper-romanticismo, sino que se permitían incluso cambiar a su conveniencia el texto de las obras.
Aunque podría parecer contradictorio desde un punto de vista formal, lo más ortodoxo fueron las cadenzas que tocó en cada movimiento. Todas compuestas por el propio intérprete, como requería la vieja tradición, y asumiendo el recorrido histórico del instrumento con citas de temas del propio concierto y reflejos de ciertas sonoridades y ataques: sobre todo, de ese espejo llamado Paganini en que se miran todos los violinistas. Del autor del espléndido Capriccio nº 21 (de los veinticuatro que componen su op. 1) con que Chen terminó de inflamar el Palacio de la Ópera.
La belleza del arte no siempre es agradable o suave. También puede residir en la expresión del dolor, cumpliendo así el arte una labor de denuncia o simple exposición de la realidad a la sociedad. Sjiälö, del finlandés Sebastian Fagerlund, es una clara manifestación de ello. No puede ser agradable –ni tendría por qué intentar serlo- una obra que intenta reflejar los sentimientos que produce el recuerdo de una isla que pasó de lazareto a manicomio. Su dureza sonora -tanto rítmica como melódica o armónica-, que solo puede causar dolorosas emociones en el auditorio, fue magníficamente plasmada en sonido por Spano y la Sinfónica. Y, para bien o para mal, emocionó.
La Sinfonía nº 1 de Nielsen que cerraba programa es obra de gran perfección formal: su viaje tonal y modal es de cierta audacia armónica para su época y para la edad del autor al escribirla. Su plácido discurrir no altera gravemente los ánimos de quien la escucha, pese a su pulsión rítmica y su permanente juego de modos mayor/menor. La versión de Spano y la OSG -de gran precisión y espléndido sonido orquestal lleno de matización dinámica-, más algún excelente solo de trompa de David Bushnell, le hicieron los adecuados honores, equilibradamente premiados por el público coruñés.
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