Reto fallido
Rizzi no consiguió domeñar bien los reguladores dinámicos ni la claridad del tejido orquestal
El Palau de les Arts ha asumido el riesgo –sea reto buscado o coincidencia asumida- de ofrecer, con tres semanas de distancia, dos de los réquiems más conocidos y queridos por el público: el de Brahms y el de Verdi. Ambos, con el coro y orquesta de la Comunidad, sus cuerpos estables. Buena ocasión para plasmar la diversidad con que la música puede traducir el hecho de la muerte, así como la sincera conmoción ante el latigazo de las vidas que se apagan. Frente a la contención y serenidad de Brahms, hay quien opina que en el de Verdi todo es teatro y barullo: nada más lejos de la realidad. Verdi utiliza el lenguaje que para él, simplemente, resulta más natural. Y está lleno de verdad.
Lo deseable para esta programación hubiera sido que un mismo director, con tiempo y con ganas, se responsabilizara de las dos partituras, teniendo así la oportunidad de mostrar el recorrido peculiar, las diferencias, los puntos de contacto, la distancia entre la tradición luterana y la católica, la influencia de la ópera y de la polifonía religiosa, etc. Pero reclamar tales cosas provocaría -y con razón- la sonrisa escéptica de quien conozca los hilos –y el dinero- que se mueven hoy en el campo de la música.
Giuseppe Verdi
Misa de Réquiem. Solistas: Carmen Giannattasio, Verónica Simeón, Giorgio Berrugi, Liang Li. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Director: Carlo Rizzi. Palau de les Arts. Valencia, 12 de diciembre de 2013.
Del Réquiem alemán (Brahms), dirigido por Omer Meir Wellber, ya se dijo que, en su penúltima actuación frente a la orquesta de la que ha sido director titular, no consiguió tampoco el feeling necesario con los músicos. Riccardo Chailly (recientemente nombrado director de la Scala), debía asumir el de Verdi, pero canceló por enfermedad, siendo sustituido por Carlo Rizzi. Con todo ese trasiego, se pasó de puntillas por ambas partituras. En el de Verdi, los miembros del cuarteto solista lucieron un volumen sobrado y un grato color, aunque no lograran empastar las voces entre sí, problema este al que contribuye la mala acústica del Auditorio superior del Palau de les Arts.
El tenor, quizá el que más gustó en cuanto a timbre, fue asimismo quien tuvo quiebros muy audibles en el inicio del Kyrie y en el Ofertorio. Debe tenerse en cuenta que Verdi plantea aquí a los solistas importantes exigencias vocales, que van desde un dramatismo intenso (pero nunca vacuo) hasta la más delicada intimidad. Lo mismo cabe decir del coro, que cumplió mejor en el segundo aspecto que en el primero. Este Réquiem presenta una dinámica donde el fortissimo ni puede ni debe soslayarse, porque hay momentos en que el oyente debería sentir que se precipita en un apocalipsis tan implacable como radiante.
Pero, claro, esa potencia extrema es muy difícil de emitir, de pulir, de graduar, de controlar. Carlo Rizzi puso fuego en el asunto, logró silencios tensos –casi rozando lo histriónico- y esa sequedad indispensable que requiere aquí la percusión. Pero no consiguió domeñar bien los reguladores dinámicos ni la claridad del tejido orquestal. El trazo de la batuta, en conjunto, resultó algo grueso, aunque, en estas sustituciones de última hora, tampoco es lógico esperar milagros.
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