Poca primavera, aún menos ‘party’

Disculpen el recurso a un titular tan zafio, pero ni los poco más de cinco grados de la noche valenciana invitaron a acordarse de los calores propios de finales de mayo (que es en realidad cuando se celebra el Primavera Sound, de cuya celebración esto es un aperitivo), ni la escasa concurrencia (cómodamente sentada en sus butacas, por otra parte) alentó el mínimo clima que hiciera honores a esa simulada party que, en realidad, tiene más pinta de desarrollarse en la convivencia diaria de las bandas que integran el tour que entre su público. Al menos el que se congregó en el Espai Rambleta.

Si algo ejemplifica claramente este Primavera Sound Touring Party es la pericia de cierta escena barcelonesa para vender su producto, casi siempre homologándose a corrientes foráneas de moda. Poco que ver con nuestro producto autóctono, generalmente menos trendy y reacio a un fácil posicionamiento en el mercado (aunque tampoco hemos de obviar que, tradicionalmente, este ha estado poco interesado en saber qué se cuece fuera de su entorno inmediato: quien esto firma apenas localizó a un solo músico local, pese a que estas cuatro bandas pisaban Valencia por primera vez). Lógicamente, nada de esto sería posible sin la pujanza económica de un festival que se ha ramificado también en sello discográfico, y que disponía anoche de tres bandas catalanas y una portuguesa, todas ligadas a él de una forma u otra, bien como sello o bien sujetos a su management.

The Free Fall Band, desde el Maresme, eran los más jóvenes (y los primeros en actuar), y bien que se notó. Mostraron muy a las claras por qué les apadrina Miqui Puig: su pop saltarín bascula entre el trote Motown que tan bien adaptaron bandas como The Jam (bien) y un indie algo más amanerado y anémico (peor). Su capítulo de versiones, y más tratándose de una banda que confiesa que lo propio es llevar la creación ajena a su terreno, también dio pie a las dudas, entre la mímesis prescindible (Love Vigilantes, de New Order) y la reconstrucción burbujeante (The Modern Age, de The Strokes). Apuntan espléndidas maneras y se manejan bien en un exuberante multiinstrumentismo, pero les falta afinar más la puntería y dotarse de unos cuantos hervores. Algo que no puede decirse de los curtidos Extraperlo, a cuyo pop de tintes tropicalistas, ecos de Golpes Bajos y teclados que remiten a los Prefab Sprout de mitad de los 80, solo cabe objetar el gripado inicial. Resultar aquejado de desajustes técnicos de buenas a primeras es demasiado lastre cuando formas parte de un menú de degustación, y su más que solvente set fue tan de menos a más que terminó cuando ya empezaban a convencer a casi todo el mundo.

Más suerte tuvieron los lisboetas Paus, atronadores desde el inicio de un concierto que tuvo mucho de efectismo, por aquello de las dos baterías, y poca chicha para cualquiera que se molestase en indagar algo más. Más que abogar por una psicodelia o por un tropicalismo que muchos les atribuyen pero apenas insinúan, lo suyo desbarra por vericuetos prog rock y atajos cercanos al math rock (Battles como referencia más obvia), pero siempre desde un prisma que se vuelve tan impactante de principio como repetitivo apenas su actuación rebasa los veinte minutos. Echó el cierre el dúo Svper (antes conocidos como Pegasvs), que defiende una puesta en escena sencilla pero sugerente (apenas sus siluetas, sus programaciones y sus proyecciones) al servicio de un concepto del pop que planea entre el kraut, el space rock y el susurro shoegaze. Algunas de sus melodías deslumbran en escena (El final de la noche), mientras otras simplemente aturden. Merecieron, en todo caso, algo más de atención de parte de un público que mermó considerablemente pasada la una de la madrugada, porque gran parte de él se había batido ya en retirada.

La programación continúa esta noche con el insigne Lee Ranaldo (ex Sonic Youth) & The Dust, así como Standstill, Refree o Headbirds.

Carlos Pérez de Ziriza.