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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos Chinas en Valencia

Hay muchos que piensan (pensamos) que los crímenes de lesa humanidad en el Tibet no prescriben y no se deben olvidar

Javier de Lucas

China -¿hay alguien que no lo sepa?- es una de las culturas, de las civilizaciones más antiguas, sofisticadas y aun exquisitas de la Humanidad. No se puede entender nuestro mundo, lo mejor de lo que la humanidad ha conseguido, en arte, música, poesía, arquitectura, industria, cine, gastronomía, ciencia y técnica, sin las aportaciones de su pueblo (sus pueblos, que son mucho más que la mayoría han). Además, es ya la potencia más influyente, en este siglo XXI.

A lo largo de esta semana, el Instituto Confucio de la Universitat de València ha celebrado con un gran despliegue de actividades el sexto aniversario de su fundación: además de la inauguración de su magnífica nueva sede en el campus de Tarongers, se han organizado actuaciones de grupos de baile universitarios chinos, exposiciones de pintura y fotografía de reputados artistas, conferencias y ceremonias, que culminarán con una Noche mediterránea de la cultura china, en la facultad de Filología, el jueves 28, y una conferencia y exposición en la Fundación Octubre el viernes 29.

La Universitat de València respalda así con legítimo orgullo a su Instituto Confucio, que en este breve lapso de tiempo ha conseguido consolidarse como uno de los más brillantes en todo el mundo. Un instrumento imprescindible para el mutuo conocimiento y para la mejora de las relaciones de todo tipo entre China y España y, más específicamente, entre China y los valencianos.

En efecto, el mutuo conocimiento es la condición necesaria para unas relaciones positivas, que sigan la vía de la cooperación y el desarrollo. Pero a condición de que el conocimiento no sea sustituido por la propaganda, lo que ciertamente es difícil de evitar. Y ahí quizá aparece una china en el zapato del Instituto Confucio y aun de la propia Universitat de València. Porque hay otros aspectos de China (como de España), otra China, la de su régimen de Gobierno, que hay que conocer, aunque el Instituto Confucio no esté muy interesado en ello. Los problemas que sufre el pueblo iughur, las minorías religiosas (Falun Gong, por ejemplo), o la situación del Tibet son sólo algunos ejemplos. Problemas de los que, evidentemente, el Gobierno de China no quiere que se hable. Son, según su doctrina oficial, “asuntos internos”. Un alegato clásico que se enfrenta con el principio de jurisdicción universal de los derechos humanos (que el propio Gobierno español administra arbitrariamente).

Pues bien, resulta que en los mismos días 28 y 29 de noviembre se había previsto la celebración de un congreso internacional Tibet, conflicto olvidado, organizado por otra institución de la Universitat de València, el Instituto de Derechos Humanos (IDH), cuya creación es coherente con el mandato de la ONU sobre la cultura y la enseñanza de los derechos humanos y con el compromiso estatutario de la propia Universitat de València a ese respecto. Y parece que eso molesta.

Por ejemplo, la embajada de España en India, ha negado el visado al monje Palden Gyatso, que vive exiliado en India y que es testigo en el proceso ante la Audiencia Nacional cuya iniciativa jurídica ha partido de J. E. Esteve, abogado y profesor del IDH, y coorganizador del congreso con la profesora Ramón, que dirigió su tesis sobre Tibet y es hoy la directora del Instituto. Gyatso no podrá participar en el Congreso ni viajar a Madrid. El problema consiste en que es diabético y según la embajada no ha suscrito un seguro médico suficiente (es que la embajada vela por su salud, claro).

Además, el IDH no encontró por parte de la Universitat de València ninguna facilidad para poder celebrar el Congreso en un local suficientemente amplio y céntrico. Y sólo muy tardíamente y tras gestiones sin cuento se consiguió un apoyo a la difusión del mismo, en contraste con otro que, claro no tocan “temas delicados”. Parece que esta visión crítica sobre el Gobierno de China, sobre lo que muchos consideramos una actuación genocida en Tibet, no es oportuna. Mejor que se olvide, como hasta ahora.

Sin embargo, aun con esas ausencia y dificultades, el congreso se celebró. Porque hay mucha gente -más de lo que creen nuestros prudentes y realistas responsables institucionales- que no quiere renunciar a que la Universidad sea espacio de conocimiento crítico, debate abierto, que nunca debe ser sustituido por la propaganda. Porque hay muchos que piensan –pensamos- que esos crímenes de lesa humanidad (en el Tibet o en la República Centroafricana o donde sea) no prescriben y no se deben olvidar. Y porque así, las relaciones con el extraordinario pueblo chino se basarán en un mejor conocimiento mutuo.

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