Antònia Font: un final maestro
La banda mallorquina se despide sin adioses
No hay sorpresa, tarde o temprano ocurriría, y así ha sido. Sin parafernalia, casi sin ruido, con un modesto y discreto comunicado de prensa, una rutina prosaica muy alejada de la imaginativa personalidad del grupo, Antònia Font hacen mutis por el foro. Al margen de las naturales tensiones generadas por más de 17 años de convivencia, pasando por encima de egos, inherentes a cualquier actividad artística, permanece firme la sensación de que la banda se ha marchado antes de caer en la repetición. Joan Miquel Oliver, un artista astuto cuyo aire de taxista lunático que desea parecer ingenuo no oculta una notoria sagacidad, ha llegado a la conclusión de que todo lo que tenía que decir en Antònia Font ya estaba dicho, lo que conducía necesariamente al final del proyecto. Es más, acabar con un disco arriesgado como “Vostè és aquí'” constituye una rúbrica difícilmente mejorable, ya que al margen de los resultados artísticos, el hecho de concluir dando el paso más arriesgado de la carrera de la banda supone un final, ética y estéticamente impecable. Éste final no aceptaba ser desmejorado con otro disco convencional en el que el grupo sólo podía aspirar a mantener un nivel creativo difícilmente mejorable. Decisión pues tomada en un buen momento. Antònia Font muere antes de envejecer.
Ahora llega el momento de activar la memoria y reconocer los méritos de una banda que ha creado un universo melódico tierno y melancólico, algo triste y nostálgico, siempre impecable en términos de estructura pop, que se ha apoyado en un imaginario textual brillantísimo. Las letras del pop, han reiterado Antònia Font, no sólo viven de la trivialidad, sino también de la reflexión, a menudo enmascarada, sobre temas como la tecnología, los sentimientos, el turismo, el retrofuturismo y cualquiera otro de los abordados por el grupo a lo largo de su carrera. Por eso no es del todo cierto que las letras de Antònia Font resulten crípticas, meramente poéticas o simplemente estéticas: Antònia Font ha sido un grupo que nos ha ofrecido su punto de vista sin decirnos: “estad atentos, os vamos a contar qué opinamos sobre los robots”. De ahí parte de su atractivo, escabullirse formalmente del compromiso conceptuado en términos de izquierda progre. Antònia Font ha sido un grupo comprometido consigo mismo y en consecuencia, con sus propias canciones y con sus seguidores.
Esta construcción de un punto de vista propio y radicalmente distinto, se ha sustentado en unas letras que en ocasiones construían imágenes verbales, fotografías fonéticas de una extraña belleza. ¿Qué significa “me falla un botó de s’abric/ i pòsters en quadricomia/ anuncien uns discos que vaig deixar aquí/”?. ¿No es acaso una construcción suficientemente hermosa como para carecer de importancia el significado textual?, ¿no son unas palabras que acompañadas por la música de la pieza, -“Portaavions”-, lo dice todo en términos emocionales?, ¿no es ese todo un todo distinto para cada oyente?. En realidad, y al margen del sentido que Oliver quiera dar a cada una de sus letras, que lo tiene y existe en la misma medida que él lo niega, las canciones de Antònia Font y sus letras son como las piezas de un juego de construcción: cada niño las usa para edificar sus propias fantasías. De ahí que la ausencia de manual de instrucciones es el primer paso para comprender el mundo de este grupo tan genuinamente mallorquín cuyas letras tienen puntos de contacto con la obra de artistas como Quimi Portet o el propio Sisa..
Y en el aspecto melódico la habilidad de Antònia Font queda fuera de toda duda. De hecho consiguieron que muchas de sus canciones fuesen idóneas para fiestas mayores sin por ello parecer compuestas por la simplonería. Esta habilidad es vinculada por algunos a la tradición de las orquesta para turistas que pueblan Mallorca, y que reivindicaba Joan Miquel en su disco en solitario “Bombón mallorquín”. Ese tono relajado, soleado pero a la vez melancólico, esa suerte de laxitud de quien sabe que todo a su alrededor es agua aparecía en su tramado melódico, festivo, a la vez íntimo y pelín triste sustentando canciones que además nunca duraban ni un segundo más de lo estrictamente necesario. Otro logro de una banda que jamás se emborrachó con sus hallazgos añadiendo minutaje a sus canciones, en ocasiones sin estribillos, algo insólito en un grupo pop. Para redondear la propuesta, un sentido del humor subterráneo, a veces aparentemente ingenuo, nunca tontorrón, completa la personalidad de una banda sin músicos guapos. Ha sido la mejor banda de pop en España. Sólo la estrechez de un mercado que como idioma al margen del castellano sólo acepta el inglés, ha dificultado que Antònia Font sean disfrutados más allá del Ebro. Aunque quizás nunca sea tarde.
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