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FOLK-ROCK | La Maravillosa Orquesta del Alcohol
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El latido de la calle

El joven septeto de las camisetas de tirantes llena El Sol con su sonido entre ‘folkie’ y canalla. Como unos Waterboys de Burgos

Ahora lo llaman difusión viral, pero equivale a la vieja progresión geométrica del boca a boca. Y a los chicos de La Maravillosa Orquesta del Alcohol les funciona: en cuestión de meses han logrado colarse en muchas conversaciones. Les asiste un nombre dudoso pero llamativo, un logotipo ocurrente (un esqueleto acordeonista) y hasta un código textil: en otros quedaría ridículo, pero siete chavales jóvenes pueden lucir brazos y tatús con sus camisetas blancas de tirantes. Postureo, aducirán los cínicos. Un puñado de ocurrencias distintivas, matizaremos aquí. La mayor de todas ellas, decantarse por un sonido folclórico pero callejero, entre campestre y canalla, que los hace reconocibles al instante. Y eso constituye un activo estupendo para estos burgaleses.

Resultaba estimulante ver el cartel de “No hay entradas” en El Sol para echarle el ojo a un grupo novel. Y más aún comprobar cómo los temas de arranque, los poderosos Hijos de Johnny Cash y Vasos vacíos, eran coreados con fervor por la parroquia. La peculiar alineación instrumental (banjo, acordeón, saxo, mandolina) ha disparado las comparaciones con Mumford & Sons, una referencia muy evidente en 1932 pero que aún les queda un poco grande. En realidad, puede que anden más cerca de The Pogues o The Waterboys, dos bandas más apegadas a ese latido de la calle que los chavales de Burgos reivindican con absoluto desparpajo.

Huckleberry Finn, con una energía casi springsteeniana, representa uno de sus mejores hallazgos, igual que su versión de 59’ sound (The Gaslight Anthem). Pero, en general, La MODA ha ganado muchos enteros pasándose del inglés al castellano. Seguro que a David Ruiz no se le habría ocurrido en una segunda lengua un título como Amoxicilina, muy probable alusión a esa garganta rasposa que le habrá acarreado muchas malas noches pero hoy le reporta personalidad.

A unos tipos de 23 a 27 años aún les faltan matices y, sobre todo, versatilidad. Las intenciones son mejores que la resolución. Pero su vitalidad resulta arrolladora. Reconfortante. Y eso cuenta mucho. “Le dedicamos nuestra música a quienes lleven una mierda de año”, anotó Ruiz. Loable: la empatía también puede crecer exponencialmente.

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