Unió: ¿sin Convergència o sin Duran?
Las relaciones entre Convergència y Unió están bajo mínimos: ¿resistirá la coalición la posible entrada de ERC en el Gobierno?
Las discrepancias entre Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y Unió Democrática de Catalunya (UDC) sobre el debate soberanista han comportado para muchos un gran descubrimiento: son dos partidos políticos distintos que han gobernado en coalición durante 23 años bajo la presidencia de Jordi Pujol y que siguen gobernando en coalición desde finales de 2010 con Artur Mas como presidente. Si Unió ha dirigido siempre tres consejerías (con Pujol y con Mas) no es fruto del azar, sino consecuencia de una cuota de distribución del poder entre dos partidos coaligados. En efecto, aunque muchos analistas y algunos profesionales de la política lo hayan negado sistemáticamente, se trata de dos formaciones políticas que basan sus relaciones en un acuerdo coalicional y no en factores estocásticos.
En estos momentos las relaciones entre Convergència y Unió, que nunca han sido pacíficas, están bajo mínimos. La coalición está en fase agónica y Duran Lleida admite sin ambages una posible ruptura. La trifulca empezó en marzo de 2012 cuando CDC, en el 16º congreso, apostó por la independencia de Cataluña, y Unió, dos meses más tarde en su 25º congreso, se mantuvo en el galimatías del confederalismo y Duran tachó el nuevo ideario convergente de “ficción simplista”. Más tarde, CDC y UDC no interpretaron de la misma forma el compromiso electoral de CiU de “construir una mayoría social amplia para que Cataluña pueda tener un Estado propio”, y los resultados de los comicios autonómicos no fueron los esperados.
El líder de Unió debería retirarse y disfrutar de las onerosas recompensas que tiene garantizadas por años de servicio como lobista subrepticio de intereses turbios
Un año después, las relaciones entre los dos partidos y sus máximos líderes han empeorado notoriamente. Unió descarta la independencia y las elecciones plebiscitarias, y Convergència mantiene vivos ambos escenarios. Unió insiste en una tercera vía y en acordar con el Gobierno español una consulta que contenga múltiples respuestas, mientras que Convergència ve imposible el diálogo con el gobierno de Rajoy, descarta terceras vías y se decanta por una consulta que prevea un sí o un no a la independencia de Cataluña. El rifirrafe entre Mas y Duran, que empieza a parecer un culebrón, está erosionando gravemente las relaciones entre los partidos que dirigen.
A ello hay que añadir que si antes de final de año hay pregunta y fecha para la consulta, y ERC cumple con su compromiso de entrar en el Gobierno, la ruptura entre CDC y UDC podría precipitarse. La nueva coalición tripartita sumaría 71 diputados (actualmente, 36 de CDC, 21 de ERC y 14 de UDC) y la distribución de las doce consejerías existentes, como es práctica habitual en los gobiernos compartidos, debería ajustarse a los nuevos porcentajes (50%, 30% y 20%, respectivamente), es decir, seis para CDC, cuatro para ERC y dos para UDC. Además, ERC, como segundo partido de la coalición, debería obtener la vicepresidencia (en Cataluña, a diferencia de lo que ocurre en España, solo puede haber una) o la consejería primera (que tampoco puede coexistir con la vicepresidencia).
Finalmente, es muy probable que ERC también quisiera la consejería de Gobernación (actualmente en manos de Unió) para encargarse de dirigir el proceso de impulso de la consulta soberanista. Ante este panorama, Unió pasaría de estar en una situación históricamente privilegiada de dominio de parcelas de poder esenciales (Pujol nunca le dio tanto poder) a encontrarse en otra, también histórica, de un control exiguo del poder.
El final de CiU podría estar cerca, pero cuesta imaginar que los centenares de democristianos que ocupan cargos públicos electos, altos cargos y cargos eventuales en la Administración, además de la red clientelar que han generado, renuncien a su poder (y a sus salarios) por culpa de la pelotera de Duran. Quizás piensen que si Duran desaparece se acabó la rabia, y que el líder de Unió debería retirarse y disfrutar de las onerosas recompensas que tiene garantizadas por años de servicio como lobista subrepticio de intereses turbios. Y en caso de separarse, ¿qué haría Unió en solitario? Deambular por el desgraciado mundo de los partidos extraparlamentarios o apresurarse a buscar un nuevo socio de coalición ideológicamente más afín. Por cierto, ¿está ya en el registro de partidos Unió Popular de Catalunya?
Jordi Matas Dalmases es catedrático de Ciencia Política de la UB
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