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crítica | clásica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nápoles, siglo XVII

Los músicos de I Turchini tocan con una compenetración admirable, en un equilibrio sutil entre corazón y cabeza.

Las seis obras que Antonio Florio, al frente de I Turchini, dirigió ayer en Madrid se estrenaron en Nápoles entre 1685 y 1695. Corresponden mayoritariamente a los Oficios de Tinieblas, esa especialidad de la Semana Santa que hizo exclamar ya en 1632 al viajero musicófilo francés Jean-Jacques Bouchard que eran “la más bella de las músicas que se tocan en Nápoles”. La tradición se mantiene a finales del XVII y la calidad musical aumenta si se cuenta con compositores de la talla de Caresana y Veneziano.

I TURCHINI

Director: Antonio Florio. Soprano: Valentina Varriale. Obras de Caresana y Veneziano. CNDEM. Auditorio Nacional, 24 de octubre.

El concierto fue una hermosura de principio a fin. Florio transmite una serenidad asombrosa desde la elegancia de la sencillez y el dominio del estilo. Los músicos de I Turchini tocan con una compenetración admirable, en un equilibrio sutil entre corazón y cabeza. Su precisión está a la altura de su cercanía. La soprano Valentina Varriale se integra a las mil maravillas en la filosofía del grupo. Siente con calor la melodía, controla la expresividad.

Todo rezuma una extraña sensación de paz, de belleza sin subrayados, de rigor sin aspavientos, de verdad sin ostentación. No parecen de este planeta. Gracias a ellos, Nápoles se vivió ayer muy próxima.

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