El hórreo se vuelve habitable
El turismo ha provocado nuevos aprovechamientos para esta construcción tradicional
“Se alquila habitación doble en edificio histórico declarado Bien de Interés Cultural. Integrado en un conjunto rural, independiente de la casa principal, este alojamiento está construido en granito y permite disfrutar de excelentes vistas al Atlántico y del aire puro del campo”. Si se decide por este anuncio, sepa usted que va a alojarse en un hórreo. El turismo rural ha dado nuevos usos a los viejos graneros, haciendo de ellos espacios habitables. Las casas rurales gallegas empiezan a ofrecer habitaciones en sus hórreos, más o menos remodelados.
La familia Acuña tiene bar, restaurante y hospedaje en la Illa de Ons. Hace unos diez años empezaron a ofrecer el hórreo como alojamiento. “Al principio era como una broma, una ocurrencia de mi padre, pero tuvo mucho éxito”, cuenta Susi Acuña, propietaria del negocio. El cuarto, con baño independiente y cama de 90 cm les encanta a los extranjeros y es muy demandado también como habitación de uso individual. Durante este verano, ha revelado un gran potencial como suite nupcial: “Varias parejas de novios han querido pasar allí la noche de bodas”. La tarifa: 40 euros por pareja o 30 si es para uso de una sola persona. “Lo consideramos un reclamo turístico más de la isla y es muy bien recibido”, dice la hostelera. En Ons hay otro hórreo que se usa como vivienda de veraneo. Pero estas edificaciones en origen ligadas a la actividad agraria han encontrado otros roles de la mano de la hostelería. Cuando Juan Madriñán y Randi Hanssen se hicieron cargo de la Rectoral de Cobres se encontraron un hórreo sin techo y sin el cerramiento de madera lateral. Ella es interiorista, y decidió dejarlo así, restaurando la cubierta de teja y los laterales huecos. Lo amuebló con mesas y sillas para transformarlo en un espacio de relax donde tomarse un aperitivo al tiempo que se goza de una excelente panorámica de la ría de Vigo. “Creemos que mantener un hórreo sólo como elemento decorativo no basta y que es mejor darle nuevos usos”, defiende.
De la misma opinión es Nacho Crespo, propietario de la Quinta de San Amaro, en Meaño. Cuando construyeron su hotel-restaurante decidieron sacar provecho del hórreo: “Queremos que todo en nuestro hotel tenga una utilidad”. Como no estaba protegido, por tener una antigüedad inferior a un siglo, pudieron cambiarle las paredes por otras de cristal, transformándolo también en zona de descanso donde disfrutar de un refrigerio mientras se disfrutan las vistas. “Hemos convertido el hórreo en una de nuestras señas de identidad: es como nuestro símbolo y punto de promoción”, afirma. De hecho, una agencia de viajes ya organiza visitas para ver el hórreo de cristal de O Salnés. La estampa no deja de ser curiosa: “Algún extranjero nos ha preguntado si era un monumento funerario o una capilla”. También es del gusto de la mayoría de los vecinos, que aplauden la originalidad de la solución. Sin embargo, desde la perspectiva de la conservación del patrimonio etnográfico, la cuestión suscita más controversia. “El hórreo ha descontextualizado su función”, explica el academico Felipe Senén. “Esta construcción responde a una sociedad agraria, pero con el desarrollo urbano se ha ido convirtiendo en un objeto de adorno, y de un valor de uso pasa a un valor ornamental”. Ejemplo de esto es la transformación de su aspecto original: “Antes se pintaban con cal para preservarlos, porque el granito se deshace; el hecho de dejarlos con la piedra vista corresponde a otros parámetros, de tipo estético”.
En palabras de Felipe Senén, “un hórreo es una construcción muy Bauhaus: racional, con uso propio, y científica en cuanto a diseño para adaptarse al medio y clima”. Respondía a una función principal que era la de ser un espacio para guardar el grano y preservarlo de la humedad y de los roedores, y por eso estaba ventilado”, explica el gestor cultural. Senén denuncia la degradación cultural que supone el uso dado a algunos hórreos. “Se descontextualiza su papel y hay casos de esperpento”, afirma. Y es que Galicia está llena de hórreos convertidos en trasteros, cuartos de herramientas o tendederos, un uso muy extendido por la óptima ventilación que los caracteriza. “Todo este es producto de la crisis de identidad, porque el hórreo es un símbolo gallego”, apostilla Senén. Según la ley de 499/1973 los hórreos de más de 100 años son Bien de Interés Cultural. Por ello, gozan de protección integral en cuanto a su configuración y materiales. No se permite restaurarlos con uralita, exigiendo para la cubierta teja o pizarra, según la zona de Galicia; y lo mismo ocurre con los cerramientos y estructura. Sin embargo, el arqueólogo critica “el escaso control por parte de la Administración”. Chapuzas innumerables han pasado a engordar el catálogo del feísmo en Galicia. La polémica entre conservación y nuevos aprovechamientos está servida. Y es que, en época de crisis, más de uno ha visto que “hai millo no hórreo”, al menos, en sentido figurado.
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