La corrida encapotada
Acabó la primera tarde sin un solo destello de toreo grande, sin una secuencia de torería Una corrida, a la postre, con muchos silencios
La tarde comenzó con esa tensión que se produce en una plaza cuando, aún en el aire los sones de los clarines, el torero agarra con fuerza el capote y se encamina derechito a la puerta de los miedos. Esa fue la decisión de Antonio Nazaré. Se arrodilló a esperar su primer toro, la Maestranza silente, y 10 segundos más tarde toda la emoción contenida se había desmoronado. Ocurrió que en el encuentro con el toro perdió el capote; le dieron otro, ya enhiesto, y volvió a perderlo. ¡Vaya, hombre…! El toro flaquea y lo devuelven a los corrales. Y Nazaré se dirige de nuevo a toriles cuando anuncian la salida del segundo. Y vuelve a perder el capote en un derrote del toro cuando trataba de ponerse en pie. Y no acabó ahí el desaguisado. Su compañero Jiménez Fortes hizo un quite por chicuelinas y también quedó desarmado.
En fin, que la corrida de este viernes empezó como la tarde sevillana, encapotada, desapacible, ventosa, fresquita, que no fría, de esas tardes que no sabes qué ponerte, si la chaqueta que después estorba, o afrontar el nublado a cuerpo gentil y, entonces, se echa de menos algo que abrigue. Incluso cayeron cuatro gotas, solo cuatro gotas, cuando habían anunciado lluvia creciente.
Empezó la feria malage y no llegó a levantarse. Desde que Nazaré perdió el capote, todo se vino abajo. Quizá por los toros, blandos, tullidos, descastados, sin clase, aunque de sosa nobleza; y por los toreros, decididos y voluntariosos, pero faltos del alma necesaria para conmover.
Pereda/Nazaré y Fortes, mano a mano
Toros de José Luis Pereda, -el primero devuelto por invalido-, muy justos de presentación, blandos, mansos, sosos, nobles y descastados
Antonio Nazaré: bajonazo (silencio); estocada y un descabello (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio).
Jiménez Fortes: estocada, un descabello -aviso- y un descabello (silencio); pinchazo y estocada (silencio); pinchazo, pinchazo hondo y un descabello (silencio).
Plaza de la Maestranza. 27 de septiembre. Primera corrida de feria. Media entrada.
Ni Nazaré tuvo suerte ni él estuvo a la altura requerida. Se le vio suelto y fácil en el manejo de los engaños, pero toda su labor careció de hondura. Quizá, en el fondo, reside esa manía moderna de citar siempre al hilo del pitón, muy despegado y con la suerte descargada. Así, cuando Nazaré muleteaba con donosura a su segundo, tan noble y soso como los demás, las palmas del respetable surgían sin ganas, como por la costumbre de agradar más que por homenajear. Muleteó bien el sevillano en este toro, al igual que lo intentó con el incómodo sobrero y en el quinto, pero, quizá, no se le vio el arrebato que corrida tan sosona exigía. Tarde insulsa y preocupante la del elegante Antonio Nazaré.
Valiente es Jiménez Fortes y no pierde ocasión para demostrarlo. Recibió a sus tres toros con largas afaroladas en la puerta de chiqueros, participó, al igual que su compañero en todos los quites, y no dio un muletazo por perdido. Pero tampoco llegó a emocionar. Necesita, quizá, un toro más codicioso y no los noblotes amuermados que tuvo delante, pero su decisión inequívoca de quedarse quieto no fue suficiente.
Acabó la primera de San Miguel -al final, no fueron cuatro gotas, sino un chubasquito molesto- sin un solo destello de toreo grande, sin una ovación de verdad, sin una secuencia de torería. Una corrida, a la postre, con muchos silencios.
La tarde acabó en noche entrada en agua. Y ese, más que el toro y los toreros, fue el comentario general de una corrida encapotada.
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