La cama redonda es cuadrada
La compañía menorquina Vuelta y Vuelta Danza-Teatro trae un baile sensible y con personalidad
La compañía menorquina se fundó en 2008 con una plantilla que reúne a artistas de España, Argentina y Cuba. La coreógrafa y bailarina Doryan Suárez (Matanzas, 1977) ha ideado una pieza evocativa para siete intérpretes donde los boleros juegan un papel algo más significativo que el de mero acompañante musical a lo bailado. Al encontrarnos una banda sonora que en sucesión expone estilos y épocas diversas, (y su consecuente carencia de unidad formal) el material coreográfico se resiente, sufre este efecto de fragmentación, lo que en parte está salvado por la pericia escénica de la coreógrafa, a base de oscuros y encadenados que tratan de licuar la acción, de empastarla en algo menos de una hora de metraje.
A veces los gustos musicales personales hunden un producto escénico (no es exactamente este caso), porque lo que puede conmover en el ámbito doméstico o privado no cumple la función mayor de arropar la acción coréutica. Por momentos, es necesario imaginar esta pieza con otra música, ya que las ideas son plásticamente hermosas y están solucionadas con elegancia, a pesar del angosto espacio escénico de Lagrada, que obliga a aguzar el ingenio. Los boleros y sus letras dan una impronta casi realista de la que es difícil despegarse o abstraerse. Si una voz te está diciendo que llora por tu ausencia (es un decir), resulta casi imposible que lo que se ve no remita a esa imagen, o a, quizá, una asociación libre entre lo que se oye y lo que se ve, no lineal. Este fue el experimento que ya puso en práctica en su momento la danza posmoderna con el pop. Pero un bolero es un bolero, y al oído del hispanohablante, más.
Las cinco mujeres de la pieza emergen de las sombras (y de un humo asfixiante) vestidas con lo que a primera vista sugiere una estilización dieciochesca (corsé, enaguas, largas faldas marfileñas), pero que resultan al final trajes nupciales que han recibido un cierto maltrato, con deshilachados que se antojan simbólicos: en los trajes también hay vida, y por qué no, recuerdos; así, en alguna escena, las artistas se despojan de ellos, los abandonan. Los dos hombres van, en contaste, con ropa civil contemporánea.
BOLEROS, NOSTALGIAS Y ALGÚN QUE OTRO CAFÉ
Compañía Vuelta y Vuelta Danza-Teatro. Coreografía y vestuario: Doryan Suárez. Música: Bola de Nieve, Omara Portuondo y Astor Piazzola. Luces: Sergio Sánchez. Teatro Lagrada, 22 de septiembre.
En la escenografía hay varias sillas y un somier que no aguantó la presión de un acrobático paso a cuatro y crujió sonoramente. Este accidente desconcentró momentáneamente tanto a la audiencia como a los artistas, pero la función siguió su curso con profesionalidad. El balance de Boleros, nostalgias… es positivo y es evidente que la primera media hora, hasta el paso a dos acompañado de percusión, concentra lo mejor del material, donde abunda la introspección a la vez que una sugerente escenificación del pasado que vuelve, de imágenes inconclusas o que, por lo que queda de ellas, solo pueden ser entrevistas en discontinuo.
La creadora se esfuerza por transmitir sensaciones; más que un relato único, hay un montón de ellos unidos en el viaje memorial. Más cerca de la danza-danza que de la danza-teatro propiamente dicha, aflora la fórmula de “decir con el cuerpo”, como si en los arcos que describen los brazos lazados, el trabajo de suelo o las elevaciones, también anidara un diálogo, o quizá su eco nostálgico. Cuando se habla de danza-danza el enunciado del propio género manda por encima de otras influencias, modas o consideraciones.
Doryan Suárez en escena posee una fuerte personalidad. También tiene un baile sensible Joan Tartavull, un caso evidente de alguien que ha empezado a bailar tarde, pero a quien el instinto vocacional lo hace salir adelante. Este modesto festival Miradas al cuerpo, del Teatro Lagrada, ha tenido la sensibilidad de acercar al público madrileño la actividad profesional de Baleares; es apenas un gesto, pero tiene sentido. El programador debe usar su catalejo: mientras más lejos mire, mejor.
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