Duran Lleida tiene razón
El debate no es entre buenos y malos catalanes sino entre alternativas posibles al suicidio que sería quedarnos como ahora
Reconozcámoslo ya, sin ambages ni subterfugios: Josep Antoni Duran Lleida está en lo cierto. Por lo menos, en la afirmación que formulaba el pasado viernes dentro de su carta web semanal a la militancia de UDC: “No es más catalán y más comprometido con su país y con el futuro de sus generaciones el que defiende la independencia que quien no lo hace”. En efecto, el debate actual en este país no es entre buenos y malos catalanes, ni entre catalanes de alta y de baja intensidad.
En todo caso, quizá la discusión se plantea entre catalanes más y menos realistas, más y menos pragmáticos, más y menos ilusos. Vistas las cosas de este modo, sí creo que quienes defienden la independencia son más realistas, más pragmáticos o menos ilusos que quienes la rechazan. Permítanme razonar esta aparente paradoja.
Para ponderar una propuesta, es imprescindible compararla con las alternativas que esta pueda tener. Y bien, ¿cuál es la alternativa no independentista que ofrece Duran? ¿Cuál es el “horizonte nacional diferente” que propone Unió Democràtica? Por respeto intelectual al líder democristiano, dejaré de lado esa volada de coloms historicista del “confederalismo” de UDC. Hablando en serio, lo que el de Alcampell propone es lo de toda la vida: negociar con Rajoy; una negociación que —el mismo Duran lo admite— hoy no existe (“está todo por hacer”).
Pero, incluso si existiera o cuando exista, ¿con qué perspectivas? El presidente del Gobierno español en su carta de respuesta a Artur Mas, y el PP en todos sus mensajes, han dejado claro que, en cuanto al estatus jurídico-político de Cataluña, no hay nada que discutir ni que cambiar. Si no queda más remedio, tal vez se podría hablar de la financiación... Pero todos sabemos que, apenas abierto ese melón, los Monago, Feijóo, Fabra, Valcárcel, González y compañía empuñarían el trabuco de la demagogia populista y le montarían a Rajoy un levantamiento general contra la concesión de “privilegios” a los catalanes “chantajistas” e “insaciables”. El resultado, desgaste y calderilla...
Tanto o más ilusoria resulta la alternativa que plantean los socialistas. Sí, claro que la independencia no conduciría a una Arcadia feliz. Pero, ¿a dónde conduce la vaga y cautelosa propuesta de reforma federal de la Constitución patrocinada por el PSOE y a la que se agarra desesperadamente el PSC?
Pues a un callejón sin salida. Porque: primero, tal reforma es imposible sin el consenso del PP, y este no lo dará nunca; segundo, pese a la timidez de la declaración de Granada, el rechazo de amplios sectores del partido a la idea de un verdadero Estado federal es clamoroso (Rodríguez Ibarra, Bono, Corcuera...) o tácito (Chacón), y Pérez Rubalcaba carece de la autoridad para imponerse a tantas resistencias, menos todavía con el aliento de UPyD en el cogote; y tercero, en el caso improbable de que un acuerdo de financiación fuese aún posible y válido entre Estado y Generalitat, no solo se revolverían contra él los barones del PP, sino también el meridionalismo socialista con su nueva capitana, la chaconista Susana Díaz.
Ciertamente, el camino hacia la independencia es arduo y problemático, mucho. Pero, en último término, depende de un factor interno: la capacidad para crear una mayoría social y política irrefutable a favor del Estado propio. Si esa mayoría existe, se manifestará de un modo u otro en las urnas; y, si se manifiesta, ni España ni Europa podrán ignorarla ni silenciarla.
En cambio, las alternativas no independentistas —quedarnos como estamos no es una alternativa, es un suicidio— presentan el inconveniente de ser bilaterales o incluso multilaterales, de situar la llave del futuro de Cataluña en manos ajenas. ¿Cómo pactar con Madrid, si Rajoy ya ha advertido que no hay ningún tema político sobre el que quepa el diálogo? ¿Cómo y con quién federarse, si no existe allende los Monegros demanda ni cultura federalista alguna?
Sí, tiene razón Duran Lleida: ni más ni menos catalanes. Solo catalanes con los ojos abiertos.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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