La caída de las adopciones satura la perrera más antigua de Barcelona
La crisis reduce las adopciones a la mitad en cinco años y hace aumentar los abandonos
Neo tiene nueve años. Su compañero, Hancock, dos. Son perros dóciles y obedientes. Sus miradas reflejan tristeza. Todavía parece estar fresco en su memoria el episodio que hace un mes dio un vuelco a sus vidas. Una calurosa mañana de agosto, sus dueños —una pareja desahuciada que se ha quedado sin un lugar donde vivir— se presentaron en el centro de acogida con ellos. “Llevaban dos días durmiendo en el coche, ya no podían hacerse cargo de sus mascotas”, recuerda Mercedes Hernández, directora de la perrera la Liga para la protección de animales y plantas de Barcelona, que define aquel momento como un auténtico drama. “Querían a los perros como si fuesen sus hijos. Me los entregaron con lágrimas en los ojos, pero no había otra alternativa”, rememora.
Enclavada en la cara sudeste del Tibidabo, entre la Carretera de les Aigües y el emblemático tramvia blau, el centro, gestionado por la Fundación para la Adopción, Apadrinamiento y Defensa de los Animales (FAADA), abrió sus puertas a mediados de los años 40.
“Los animales también son los damnificados por la crisis”
Igual que Hancock y Neo, un centenar de perros y 300 gatos conviven en la protectora esperando a ser adoptados. Algunos llevan diez años, otros acaban de llegar. La asociación dispone de un equipo de siete personas en plantilla —incluida una veterinaria— y cerca de 200 voluntarios, fijos o temporales.
Una docena de perros ladran y brincan, ávidos, en torno a Cristina. Voluntaria desde hace 12 años, cuando lanza la pelota, galopan a por ella. “Vengo siempre que puedo. Los animales son muy agradecidos”, asegura. Cristina aprovecha sus ratos libres para pasar por el refugio. “Es una terapia, te desahogas física y emocionalmente”.
Para trabajar en la protectora hace falta vocación. La continua sinfonía de ladridos y el penetrante olor que emana de las jaulas no son un obstáculo para los cuidadores. “Más que un trabajo, esto es un regalo”, explica Xesco, que ha sido voluntario durante más de tres años y lleva cinco meses en plantilla.
Desde la concienciación hasta la acción social, pasando por la pedagogía, la fundación busca mejorar las condiciones de vida de los animales y disminuir su sufrimiento
En el contexto de crisis actual, la labor de la asociación cobra todavía más sentido. Cada vez son más las personas que, ahogadas por la falta de recursos económicos, no pueden mantener a sus mascotas, a la vez que disminuye el número de adopciones. Tras más de 16 años en la protectora, Hernández confirma que la situación está peor que nunca. “Se adoptan unos 17 perros y 20 gatos al mes, menos de la mitad que hace un lustro”. La protectora ya no dispone de espacio físico para acoger más perros y algunos dueños están en lista de espera para entregar a sus mascotas.
Aunque las adopciones están cayendo en picado, la filosofía de la protectora no ha cambiado un ápice. La entrega de un animal a su familia adoptiva debe seguir su proceso. “Nos aseguramos de que, allá donde vaya, estará mejor que aquí”, explica la directora. Antes de hacer efectiva una adopción, la asociación estudia la situación económica del futuro dueño, un cuidador visita su hogar, y se le exige que acuda al centro durante una semana para familiarizarse con el animal.
La FAADA trabaja para erradicar el problema de raíz. Desde la concienciación hasta la acción social, pasando por la pedagogía, la fundación busca mejorar las condiciones de vida de los animales y disminuir su sufrimiento. Carla Cornella, presidenta y fundadora de la entidad, asegura que “es necesario seguir censando e identificando el mayor número de animales, controlando su reproducción y comercialización y asegurando que las sanciones impuestas por maltrato animal sean ejemplares, además de seguir avanzando a nivel legislativo”.
Mientras, Hancock, Neo y los demás aguardan el momento de recuperar una vida truncada por la crisis.
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