Sueños son
De familia congoleña, francés de la 'banlieue' parisina de Saint Denis, el éxito acecha a Bifouma Thievy
Martin Luther King tuvo un sueño, y Malcom X una pesadilla, que es un sueño violento. Los dos murieron asesinados, soñar es peligroso. Hace 50 años unas 300.000 personas, la mayoría negras, marcharon sobre Washington para hacer la revolución pacífica contra el poder racista de los blancos. Es dudoso que aquel día, en la explanada que preside el monumento a Lincoln, alguien de la muchedumbre se acordara de un club de fútbol llamado Real Club Deportivo Espanyol en el momento en que Martin Luther King deja a un lado los folios escritos y se lanza a recitar su I have a dream. Aunque cosas más raras se han visto, por ejemplo, la cresta que ha perpetrado el peluquero de Thievy Bifouma, o que por fin un negro llegue a la Casa Blanca, o que una monarquía sea parlamentaria, o que un amor dure toda la vida. Por no hablar de Fraga Iribarne, raro como un perro verde.
La otra noche apenas 18.000 periquitos marcharon sobre Cornellà. A pesar del fracaso del sistema educativo, es de suponer que muchos de ellos sabían de la existencia de Martin Luther King y de su histórico discurso. En las gradas, la mayoría de aficionados eran de color blanco. Thievy Bifouma salió en la segunda parte para reivindicar a Martin Luther King y el poder negro, ahora que Wakaso quiere irse a Rusia, siguiendo los pasos de Malcolm X por la Unión Soviética. Habían transcurrido unos minutos desde que Thievy marcara el tercer gol y ahí estaba Javier Aguirre en la banda, reprendiéndole algún gesto acomodaticio para bajarle los humos. Qué suerte la de Bifouma al toparse con Aguirre de entrenador, porque él también tuvo un sueño, el de triunfar como jugador del Osasuna en la temporada 86-87, hasta que un choque con Ablanedo, portero del Sporting, le rompió la tibia, el peroné y los sueños.
Si le preguntamos a Thievy qué es la vida, nos dirá que un frenesí; si le preguntamos a Aguirre, que una ilusión, una sombra, una ficción. De familia congoleña, francés de la banlieue parisina de Saint Denis, el éxito acecha a Bifouma. Podría estar lanzando piedras a los antidisturbios e incendiando coches y contenedores, harto del racismo, de la pobreza y de la injusticia social, pero está lanzando una pelota de fútbol hacia la escuadra de una portería defendida por Diego Alves. Y su cresta neopunk dice que sí, que hay futuro, porque acaba de meter un gol. Y todos somos felices por un instante en el estadio de Cornellà-El Prat, y el locutor exultante arenga al público para que coree el nombre de Thievy, como el animador de un geriátrico o el niñero de un jardín de infancia. Qué bonito sería que, por el contrario, el locutor recitara a Calderespanyoón de la Barca tras el gol. Y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
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