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crítica | circo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El hotel del ‘swing’

‘The Hotel’ es un espectáculo de formato medio, ágil, bien resuelto y llevado en volandas por una banda sonora con mucho ritmo

Javier Vallejo
Uno de los número de 'The Hotel'
Uno de los número de 'The Hotel'Santi Burgos

Un espectáculo circense teatralizado, sencillo, ágil, bien concebido y resuelto por su joven directora, la acróbata madrileña Marta Gutiérrez, creativa asociada de alguno de los eventos alimenticios que el Cirque du Soleil organiza para grandes marcas. The Hotel no persigue más ambición que mantener a un público amplio pendiente durante hora y media de las arriesgadas evoluciones de un septeto de excelentes artistas pluridisciplinares, intérpretes de otros tantos pobladores arquetípicos de un gran hotel estadounidense de película de los años cuarenta: el recepcionista impasible, la doncella hambrienta de afecto, un par de botones enamoradizos y varias clientas seductoras y un punto enigmáticas.

Tales criaturas, interpretadas a la manera característica de los espectáculos de variedades anglosajones de la era del cine mudo, van enhebrando a través de escenas sin palabras una docena de números netamente circenses, meollo de una función producida con más ingenio y voluntad que medios materiales. En la primera parte, una joven (María Combarros) protagoniza un sensual número de acrobacia y contorsionismo sobre cama con dosel, en torno a la rosa roja que un botones le regaló, arrepentida de no haberle invitado a entrar con ella. Y el dosel de una cama gemela, elevado por una polea, le sirve a la altiva bailarina encarnada por Gema García Moresco para trenzar la danza aérea de la mantis desdeñosa, dulcemente crucificada bajo una luz áurea.

También tienen su número individual el fornido gimnasta cubano O’Neill Reyes Salcedo, en las correas aéreas; el poderoso acróbata Miguel Ángel Guillén; la polifacética ucraniana Katya Korneva, ganadora de un clown de bronce en Montecarlo, el malabarista de Soleil Jorge Silvestre, y Raquel Carpio, en el papel de la doncellita bufa que se destapa repentinamente como consumada poetisa de la rueda alemana.

En la segunda parte, suben la temperatura y el soufflé con el efectista trío femenino en la lámpara aérea (donde vuelve a destacar la expresiva contorsión de Combarro); las geometrías constructivistas que Silvestre traza con sus mazas; los delicados volatines sobre bastones de la elegantísima Korneva, y el portentoso tango de equilibrios y acrobacias que, mano a mano, se marcan el otrora desdeñado botones de Guillén y la sorprendida vamp de García Moresco, sobre una versión tecno del tema principal de Love Story.

En definitiva, un espectáculo de formato medio-pequeño, llevado en volandas por una banda sonora con mucho swing, que, sin ser original ni pretenderlo, resulta entretenido, y al que a partir de la semana próxima (cuando quede liberado de sus compromisos con el canadiense Cirque Éloize) se incorporará el valenciano Ángel Sánchez, ex integrante del equipo nacional de gimnasia artística, con sus números de equilibrios y de rueda Cyr.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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