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crítica | danza
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Con pericón y mantoncillo

La gestualidad de Eli Truco evoca una época del baile flamenco y un gusto que hoy no se ven en los escenarios

En el Pequeño Gran Vía hay una intimidad forzada por el espacio y sus características; las proporciones del escenario, su peralto, recuerdan mucho a los tablaos, y la caja es angosta: allí debe suceder todo y allí estaba el público de Eli Truco (Madrid, 1968) que desde la primera salida la estuvo vitoreando y al final se puso en pie para jalear su nunca irse de la soleá con que culminó el espectáculo. Digamos también que ella tiene una concepción muy particular de este baile, y lo hace circular hacia un brío rozando lo desmedido. No conoce el temor al exceso.

Su gestualidad y aderezo en la apertura con las Alegrías de Cádiz (lo mejor y el baile donde se la ve más en su sitio, con deliciosas maniobras con el pericón o el mantoncillo) evocaba una época y un gusto que hoy no se ve. Es un tipo de flamenco casi expeditivo, que no habla de sutilezas y donde hay detalles muy carnales, donde no se puede hablar precisamente de refinamientos sino de recia imposición; lo corralero, que es también una tradición, campea y es parte. Y claro, está presente la influencia de La Tati (Francisca Sadornil Ruiz, a la vez, discípula de La Quica, si se quisiera tirar de ese hilo), de lo mucho que La Truco la acompañó en diversas producciones (como La casa de Bernarda Alba) y de las giras con El Guito, algo que la terminó de foguear tras su etapa en El Corral de La Pacheca.

Sentencia

Compañía de La Truco (baile y coroegrafía); Cante. José Jiménez El Bocadillo y Roberto Lorente; guitarra: Antonio Españadero; percusión: Julio Alcocer: flauta: Diego Villegas. Pequeño Gran Via. Hasta el 14 de agosto.

Los tres bailaores (Ricardo Moro, Stefano Domit y Cristian Truco) rellenan y hacen su parte, pero están a notable distancia de lo que ella, la bailaora, nos plantea como exhibición y como estilo remanente de una fuerte raíz vernácula. Como viene siendo usual en los espectáculos de hoy, los músicos desbordan su papel acompañante, aunque sea lícito que quieran brillan, el sitio no es el adecuado. Esto sucede con un largo e injustificado solo de percusión y armónica que el público aplaudió, pero que obró un efecto negativo de distancia y enfriamiento entre los números de danza.

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