Medio siglo de pólvora y destellos
El Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de San Sebastián cumple 50 años como referente de este tipo de espectáculos en toda España
Cada noche, los siete miembros que componen el jurado oficial del Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de San Sebastián se encierran en la habitación 322 del Hotel Londres. Desde allí tienen una vista privilegiada de los jardines de Alderdi Eder, desde donde se lanzan las colecciones de un espectáculo que este 2013 cumple 50 años. Medio siglo siendo el referente de este tipo de exhibiciones en toda España, e incluso del extranjero, como apunta Rafael Aguirre, miembro del jurado y programador del Concurso entre 1965 y 1997. “Una vista espectacular”, concede cuando explica desde la posición privilegiada desde la que ve los espectáculos, “porque, entre otras virtudes del Concurso de San Sebastián, por encima de cualquier otra, es la belleza del escenario”. Aguirre ha sido jurado en otras pruebas y como la de San Sebastián... Ninguna.
El experto se explica. “Es muy importante que tenga una lámina de agua delante para que se refleje el efecto y se multiplique la belleza”, detalla. Luego están “el castillo, la isla, el monte Igeldo, la fachada del Ayuntamiento, un valor añadido. Entre las razones de que tenga este prestigio está el escenario que rodea a los espectáculos”, subraya. Desde el Centro de Atracción y Turismo de San Sebastián se decidió en 1963 la creación de un concurso. La idea era sencilla, si se ofrecía un premio a las pirotecnias que ya entonces se acercaban cada verano a lanzar sus fuegos, “en el deseo de ganar, iban a dar lo mejor de sí. Los espectáculos iban a ganar en cantidad y calidad”. Tras San Sebastián, Blanes, otra de las exhibiciones con mayor tradición y fama, se sumó a la aventura, luego vendrían Cannes (1967) o Monaco (1969), como enumera Aguirre.
Los fuegos cumplen
La creación del Concurso permitió que poco a poco se fueran abriendo camino en España las compañías extranjeras y unos artefactos que hasta entonces no se habían visto. El jurado atiende a diversos criterios para puntuar cada colección. Aguirre advierte que en San Sebastián, a diferencia de otras competiciones, no se puntúan cada uno de los efectos, “hay mayor libertad”. Factores como la intensidad del fuego, la originalidad, la novedad de los efectos, las figuras que los fuegos crean en el cielo, la armonía —“no se trata de lanzarlos al buen tún, tún”, precisa Aguirre—, y la simbiosis de sonido y luz inciden en las decisiones del jurado. “Vemos los fuegos con otros ojos que el espectador normal. El jurado popular normalmente aprecia mucho más los espectáculos con mucho vigor, mucho material, con bastante ruido y sonido”, reconoce Aguirre.
Para el experto, que confiesa su predilección por las compañías italianas, que este año no participan, los dos principales criterios a tener en cuenta son la originalidad y que las colecciones lanzadas “tengan sentido de pertenencia al país que lo dispara”. Por ejemplo, algo falla para Aguirre si una firma italiana no lanza carcasas de múltiples efectos, esas que “se lanzan y van reventando, pum, pum, pum”. Aguirre es capaz de recordar con total precisión los nombres de muchas de las pirotecnias que han ganado a lo largo de las distintas ediciones, o espectáculos de hace 40 años, como aquel que ofrecieron en 1971 unos británicos “que tenían material militar y lanzaron unos paracaídas con magnesio”, iluminando la Bahía de La Concha como si fueran las doce del mediodía. O aquella otra colección que ofreció un italoamericano en 1994 o el pirotécnico Mario Igual, que tras ganar cinco veces consecutivas el Concurso, San Sebastián decidió concederle el Tambor de Oro en 1982.
En 1984 vinieron de Canadá para ver cómo lo organizábamos
El experto también rememora como desde Canadá, el país que en la actualidad acoge los tres concursos más importantes del mundo (Montreal, Toronto, y Vancouver), llegaron en 1984 varias personas para informarse de cómo San Sebastián organizaba sus fuegos artificiales. Un espectáculo que por muchos cambios que haya podido experimentar la Semana Grande donostiarra ha sabido mantenerse como el acto de referencia. “En los años 50 y 60 las fiestas tenían muy poco contenido, giraban en torno a cuatro o cinco actividades, y ahora que en el programa hay más de 300, los fuegos artificiales siguen siendo el elemento cumbre”.
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