Entre fardos, colchones y bochorno
El niño dormía, presuntamente, en el comedor, una habitación sin ventilación
Una interminable escalera conduce a la desvencijada puerta. Al traspasarla, una sucesión de habitaciones vacías con colchones y sofás componen el piso de 70 metros, escasa ventilación y pocos muebles situado en la primera planta del número 10 de la calle Colón de Alzira, donde permaneció durante semanas retenido el menor de ocho años liberado por el Grupo Operativo especial de Seguridad (GOES) de la Policía Nacional.
El niño dormía, presuntamente, en el comedor, una habitación de paredes gastadas presidida por un retrato desafiante de uno de los tres detenidos, un corpulento rumano que lleva 15 de sus 33 años en España. Ayer, un pequeño televisor informaba del secuestro.
La mujer de uno de los arrestados, Violeta, de 30 años, asegura que en su casa nunca se ha ejercido la prostitución. Y que su familia se dedica a trabajar duro para apurar el mes. La naranja, la venta de coches, la recogida de chatarra. Para demostrarlo, conduce a EL PAÍS a una habitación repleta de fardos con cacharros, figuritas de cerámica y ropa usada precintada. En la casa se siente un bochorno asfixiante.
— ¿Para qué quiere todo eso?
— Para llevármelo a Rumanía, señor. Quiero venderlo. Aquí está todo muy mal. No tenemos nada. No recibimos ayudas. Y ahora encima esto de la detención.
La habitación más grande aparece rebosante de colchones gastados. Dos de ellos están en el suelo. Otro reposa sobre la pared. No hay sábanas ni almohadas. Y tampoco nada que recuerde el origen rumano de una familia que lleva más vida en España que en su ciudad natal, cuyo nombre se niega a revelar.
Violeta paga 250 euros de alquiler. Un lugar que pasa desapercibido entre los vecinos. “Nunca pregunto a mis clientes a qué se dedican. Como se suele decir, no se metían con nadie”, explica la responsable del locutorio cercano al piso. Afirma que los detenidos pasaban por una familia afable y educada que utilizaba Internet para comunicarse con su país.
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