Gente triste que sufre y canta
La congoja de Autre Ne Veut y Deptford Goth y la reinvención de Hola a Todo el Mundo definen el Día de la Música, con buena organización y entrada discreta
Por mucho que los meteorólogos certificaran ayer el advenimiento del solsticio veraniego, muchos de los músicos que inauguraron el Día de la Música en el Matadero llegaron con los nubarrones prendidos sobre sus cabezas. Desfilaba el público dispuesto a gozar de una tarde-noche plácida, con el calorcito indulgente, los tres escenarios bien repartidos y organizados, pocas aglomeraciones y la posibilidad de airear por fin hombros, escotes y piernas, pero se encontraron con una riada de artistas melancólicos y compungidos, presos de la congoja, dispuestos a enumerar, canción por canción, sus rupturas y calamidades, los estropicios del querer, lo puñetera que es la vida. Incluso a los más propensos al estribillo pegadizo, los granadinos Lori Meyers, les ha salido un disco entero sobre lo mucho que escuecen las calabazas. Como Blood on the tracks. Aunque el paralelismo lírico entre Dylan y Noni es semejante al futbolístico entre España y Tahití.
El más taciturno de todos resultó ser el artista inaugural, Deptford Goth, alias escénico de un joven barbado de Suffolk, Daniel Woolhouse, que figura entre esos autores que se encierran a componer en el cuarto a poco que se les tuerza el día. Dueño de una voz clara y atribulada, acompañaba sus teclados y programaciones con el violonchelo plañidero de Rose Dagul, combinación inusual para demostrar que silicio y madera no son enemigos irreconciliables. Pero sus miniaturas melancólicas, tan bonitas como algo reiterativas, no lograron prender entre una concurrencia más pendiente de aprovisionarse de rubia bebida fresca.
Quien ha perdido languidez es Anni B. Sweet, que ya dejó de ser una Russian Red con acento malagueño, trémolo más moderado y filiación política no confesa. Su folk-pop elegante va ganando en músculo, carne y hasta mala baba (Catastrophe of love), con algún tema, en particular ‘Oh I oh oh I’, que araña como cuando Tori Amos tenía bien afiladas las uñas. Ana incluso sorprendió con una versión de su anterior lectura de Take on me (A-Ha), esta vez con un puntito tropical, o invitando al propio Noni para que la acompañara en su lectura acústica de Religión.
La comparecencia de Sweet coincidió con la de los madrileños Los Punsetes, un quinteto irritante que, a falta de mejores ideas, sigue confiando su singularidad a la impavidez absoluta de su cantante, Ariadna: mechón rubio, vestido blanco, brazos extendidos a lo largo del tronco y algún tímido pestañeo (y muchas notas desafinadas) para distinguirse de la condición robótica. Sus cuatro aliados masculinos sí tienen licencia para moverse, pero, paradójicamente, ofrecen un sonido tan monótono como su inerte compañera. Las letras presumen de ser sagaces y punzantes, pero en directo resultan indescifrables. Antes de acabar desquiciado, recomendamos un garbeo por Google. Y no, no son para tanto.
Entre las relativas desilusiones también figuró Autre Ne Veut, denominación artística de un muchacho de Brooklyn, Arthur Ashin, que para disipar dudas ha titulado su segundo disco Anxiety: ansiedad, en la acepción más patológica del término. Ashin desgrana sus penas en torno a un rhythm & blues de última generación y con la música pregrabada, salvo la batería y unas tímidas segundas voces de una cantante rubia. Es decir, fía todas las bazas a sus excelencias vocales, que no son tantas. Porque a Arthur le encantaría desgañitarse y romper en falsete como Prince, pero de la comparación, por ahora, sale muy mal parado. Sus historias de quebrantos le conducen a una cierta solemnidad dramática (paseos junto al público, mirada perdida, brazos en alto), pero a tanto ‘pathos’ le sobran unas cuantas toneladas de sintetizadores.
Así las cosas, y antes del estallido de Lori Meyers, tuvimos que incidir en la sagacidad de Hola a Todo el Mundo, una banda que ahora reniega de la comuna jipi y la bondad universal y se ha vuelto más sesuda y torturada. Su burbujeante pop electrónico recuerda a Delorean o a unos Phoenix menos pavisosos. La reinvención es tan radical como valiente, aunque lleva parejo algún efecto adverso. Sobre todo, la pérdida de singularidad.
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