Tonhito y su banda fondean en Arousa
El músico presenta su último disco con una cena-concierto en medio de la ría
El Gran Cormorán Yet navega a siete nudos por la ría de Arousa con 187 pasajeros en cubierta. Ha zarpado de Ribeira a las 9 con algo de retraso y ahora para en A Pobra do Caramiñal a recoger más público. La noche (por una vez) es de verano: 21 grados con una brisa liviana que respeta la manga corta. Tonhito de Poi viste gorra y chaqueta de marinero, bermudas de camuflaje y sus inseparables chanclas. Rumbo al faro, arrancan las pruebas de sonido. Abajo, Antonio Botana, del restaurante Pandemonium de Cambados –miembro de ese Grupo Nove de alta cocina que busca sacar partido a los manjares de Galicia- tiene casi listo el menú. Está acabando de pasar las croquetas de jamón. En las mesas está dispuesto el resto de viandas: empanada de pan de maíz con zorza, mejillones en vinagreta cítrica, crema fría de tomate con berberechos de la ría, tosta de tartar de salmón, albóndigas de ternera gallega y queso de tetilla. Como postre, piña asada.
Tonhito saluda al pasaje, pide perdón por esa bandera (española) que ondea en la proa (obligatoria para toda embarcación que salga a navegar) y anima a todos a disfrutar de “un momento único”. Su periplo en la selva amazónica –donde convivió durante semanas con chamanes el año pasado y alumbró el disco Soro da verdade y el libro escrito en primera persona Diario da viaxe cósmica á Amazônia)- devuelve a un artista introspectivo, menos pendenciero que el que gira al frente de Herdeiros da Crus . Allí, en la reserva nacional del Purús, en el Alto Amazonas, grabando tambores con la selva y sus mil matices de fondo, nació la idea de esta travesía marítima.
De los altavoces de proa salen los primeros acordes: “a terra non se vende, se cultiva ou se defende” mientras el Atlántico acuna la embarcación y dificulta también el acceso de los músicos a los pedales. Cabío, a babor; a estribor, Vilanova de Arousa. Un cuarto de luna sobre el barco. Ruido de hielos en la popa. Los tripulantes, que han pagado 20 euros por el experimento, empiezan a animarse. Claire, vino a hacer el Camino de Santiago desde Australia y no acaba de creérselo: “lovely, very beatifull”. El chef, Antonio Botana, liberado ya de las tensiones de la cocina, admite que no tuvo que pensárselo mucho para sumarse a la excursión. “Es un modo de vender Galicia y Arousa. Es naturaleza, gastronomía, música, cultura. De aquí abajo sale el 80% de nuestros productos”. El que quiera comprobarlo no tiene más que descender dos filas de escaleras y asomarse a comprobar la vida submarina por los ojos de buey de la nave.
Hasta allí llegan los ecos del serrucho que maneja Pulpiño Viascom, socio habitual de Tonhito en sus aventuras musicales. El transformador ha fallado un par de veces y Pulpiño ha tenido que tirar de percusión. La banda de Poi, donde también están Pablo Pérez, al bajo, y Enrique Otero, a los teclados, se reunió hace ahora dos meses y está grabando la experiencia en 24 pistas. Personas contadas de la primera fila tararean las letras. El resto tiene bastante con disfrutar del entorno y acompañar el ritmo con los pies. Al presentar la canción Veneno medicinal, Tonhito recuerda las imágenes de indígenas que perdieron sus gémelos por picaduras de serpiente. No se extiende en detalles pero si se para a admirar el respeto de sus huéspedes por la selva que les permite subsitir. Uno tras otro va desgranando los temas de su nuevo álbum, a la venta desde enero. Algunos finales dejan arrastrar la percusión que se funde en el rumor de las olas.
Subido a una mesa, con la guitarra y la gorra de marinero aún calada, se despide con el tema Xira o mundo y su estribillo “Eu quero ver a este pobo bailando”. Atronan los aplausos. Hay todavía un bis, el único tema en castellano, que también se trajo de Cuzco (Perú). Luego suena por megafonía Depeche Mode. Es la una y media de la madrugada. Empieza a refrescar en la ría de Arousa. Tonhito, su banda y la tripulación parten hacia tierra firme.
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