El tiempo perdido de Artur Mas
Aquella noche cayó en el todo o nada que históricamente ha sido tan perjudicial para el catalanismo político
Fue una noche infausta para Artur Mas. Podía seguir en el poder pero había perdido cuantiosos escaños y un mínimo instinto político indicaba que la caída podía ir siendo cada vez más aparatosa. Tras el escrutinio de las recientes elecciones autonómicas anticipadas, Artur Mas tuvo la opción de convertir el boquete de votos en una oportunidad para reafirmarse frente al tambaleo constante que le iba a llevar a depender de ERC, sin aceptar que en caso de original y copia, el elector elige el original, como insinuó Duran Lleida hace unos días. Pudo decir que el electorado catalán refrendaba su confianza con CiU pero que el panorama resultante de la votación reclamaba una reflexión política sobre la evolución social de Cataluña —es decir, los trasvases de votos— y que el sentimiento favorable al independentismo se fortalecería en el sosiego más que en la precipitación frenética. Aquella noche pudo tener cintura política y finezza. No la tuvo. Le dio al acelerador, dejando a la coalición CiU en un desconcierto que cada vez es menos soterrado.
Aquella noche Artur Mas pudo regresar a su petición de pacto fiscal con una formulación nueva e imaginativa, pero cayó en el todo o nada que históricamente ha sido tan perjudicial para el catalanismo político. Pudo asumir a la vez la victoria y el retroceso electoral con un gesto, un gesto que pudiera parecer de entendimiento y generosidad, aunque realmente fuese de necesidad y subsistencia. Se hubiese tratado de reconocer lo que es la expresión de una sociedad cada vez más plural y mucho más compleja. Pero decidió no ofrecer implícitamente la hipótesis racional y política de que una manifestación como la del 11 de setiembre —por vasta que fuera, aunque nadie aporte datos claros— no significaba una linealidad irrevocable hacia una independencia del todo incierta ni suplía de modo definitivo los matices del catalanismo pactista, del centrismo autonomista, de un centro-izquierda tarradellista o la legitimidad de cualquier opción democrática no nacionalista. Fue una noche de tiempo perdido, difícilmente recuperable dada la obstinación con que Artur Mas la escenificó.
El independentismo friki está destrozando formas culturales y los articulistas del soberanismo siguen sin reconocer su responsabilidad en el error
Tras toda kermés electoral hay que pagar facturas. Se llega entonces a la hora de recuperar el tiempo perdido, de ofrecer consenso y espacios para la resolución de los asuntos públicos más inmediatos. No ha sido así: el trazado de puentes con Madrid es muy precario, la gestión de lo urgente se retrasa, el independentismo friki está destrozando las formas culturales y los articulistas del soberanismo siguen sin reconocer su responsabilidad en el error. Ni siquiera sabemos cuáles son los estados de opinión no ya en Convergència y en su grupo parlamentario sino en el seno del Ejecutivo de la Generalitat. La ausencia de imaginación política es detectable en un político como Mas, cuya rentabilidad institucional inicialmente pareció querer nutrirse de la gestión eficaz y no de la ruptura con el Estado. Luego, entre el posibilismo y el victimismo prefirió el victimismo y eso le entrega a ERC y le cede no pocos votos. Perder la confianza en los propios paliativos a la crisis, sumarse a la heterogeneidad de la manifestación del 11 de setiembre y convocar nuevas elecciones es mucho tiempo perdido.
La pregunta sustancial sigue siendo porqué Convergència no aprovechó sus horas en la oposición para formular un catalanismo del siglo XXI, si es que le puede inyectar futuro al catalanismo después de los últimos saltos en el vacío. Los viejos tótems del catalanismo de la transición están en vía muerta y el descrédito institucional es grave. Haber contribuido a estados de opinión tan inflamables poco tiene que ver con la política constructiva de Prat de la Riba. Es que no hay tótems de recambio sino una sociedad desconcertada y imprevisiblemente reactiva. La soledad política de Mas es cada vez más la del portero ante el penalti.
Valentí Puig es escritor.
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