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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Terrorismo contra las mujeres

Tenemos que asumir nuestro fracaso: seguimos siendo una sociedad machista

Manifestación contra la violencia machista en Málaga.
Manifestación contra la violencia machista en Málaga.JULIÁN ROJAS

La semana sangrienta, el pálpito nudoso en los nudillos de la crónica oscura, es la arcada perpetua, sostenida, de todas las mujeres asesinadas o maltratadas en España. Estos últimos días han sido especialmente terribles: una mujer de 51 años, que no había presentado una denuncia por malos tratos, es asesinada en Alcolea, en Córdoba, presuntamente por su marido, y aparece con varias contusiones por todo su cuerpo; una muchacha de 26 años, en Llodio, en Álava, es asesinada, también supuestamente, por su marido, en presencia del bebé de la pareja; una muchacha de 19 años es encontrada muerta en una vivienda de Lorenzana, en León, al parecer, asfixiada por su novio; una mujer peruana es estrangulada por su ex pareja, en Santander; y una mujer, de 64 años, permanece ingresada en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla tras haber recibido varias puñaladas de su compañero, mientras en Alcalá la Real, en Jaén, otra mujer de 55 era asesinada. Todo en la misma semana emponzoñada, escrita en un coágulo, con estas cinto víctimas dolientes a las que podría añadirse una sexta: la mujer encontrada muerta, con duros signos de violencia, en su domicilio de Valls, en Tarragona, con un corte en el cuello, si se descartara el móvil del robo, con lo que se sumaría otra mujer, una más, a esta semana de terrorismo.

Por otro lado también tenemos el caso del delantero del Betis, Rubén Castro, imputado por malos tratos, lesiones y agresión sexual, con un parte médico de la denunciante en el que hay "hematomas e inflamaciones", que todavía ha de ser dilucidado, respetando el irrenunciable principio de presunción de inocencia. Pero más allá de este caso concreto, tenemos la semana vergonzante, rumiante en la conciencia de cualquier sociedad que se sienta culpable. Una sociedad que tiene que asumir que en 2011, según el INE, fueron maltratadas, en España, nada menos que 32.242 mujeres, con 7.744 víctimas de violencia doméstica. O sea, lo que sabíamos: que no es algo episódico, sino nuestro, generado por nuestra estructura de convivencia.

En los mismos días, Esteban González Pons ha debido de quedarse satisfecho con la siguiente declaración: "Es un drama intolerable. El Gobierno está tomando medidas pero son insuficientes si no nos acompaña toda la sociedad. El 80% de las mujeres asesinadas nunca ha denunciado. Si entre todos no las ayudamos a denunciar, seguirán muriendo. La confianza que tengan con nosotros, en la sociedad, tiene que ser más grande que el miedo que le tienen al hijo puta que las mata". Totalmente de acuerdo, aunque tenga razón la secretaria de Igualdad del PSOE, Purificación Causapié, argumentando que emplear insultos sexistas para denunciar la violencia machista no parece la mejor manera de atajarla; en cualquier caso, está claro el sentido de la afirmación, y podríamos cambiarlo por "miserable", "escoria", en fin, como prefieran.

Es cierto que hay que animarlas a denunciar. Pero también que ahí no acaba el tema, que esto necesita un punto de giro en el enfoque. Creo que tenemos que asumir nuestro fracaso como colectivo: seguimos siendo, en esencia, una sociedad machista, también desde los poderes públicos. Recuerdo el polémico reportaje en el telediario de TVE el 14 de mayo, de un minuto y 25 segundos, en el que Ana Blanco, la presentadora, dio paso a la noticia refiriéndose a "minifaldas muy cortas, pantalones demasiados caídos". La periodista del reportaje se preguntaba: "Ante el gran miedo, la gran pregunta: ¿Irá mi hija provocando?". La pregunta aquí sería: ¿provocando, qué?

Leopoldo González-Echenique asegura que RTVE no recibe "directrices" ni tiene un "criterio conservador o de impartir moralidad". "Lo decía una madre, no RTVE", argumenta. Por supuesto. Pero la pieza no la montó una madre, sino una periodista con instrucciones concretas. Para que quede claro, no pongo al mismo nivel, como es lógico, este disparate machista y vergonzoso, pero solo eso, y los asesinatos. Pero ante semejante sangría, por el terror del machismo, todos somos responsables de la respiración social. Después de tantas campañas de concienciación, y durante tantos años, tengo la sensación de que, en España, el terrorismo contra las mujeres es estructural, endémico, interior, y se ejerce de muy variadas formas. Como si la cuchillada fuera el último escalón de una agresión permanente, auspiciada por distintos niveles de menosprecio hacia la mujer, especialmente en determinados, y a veces aplaudidos, tratamientos machistas, en una denigración matizada y sibilina que nos degrada como sociedad.

Joaquín Pérez Azaústre es escritor.

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