La peste
Con "Baby Bum", Polipoètics vienen a recordarnos que estamos hechos de carne, hueso y Transición
Detrás de cada antropófago siempre hay un antropólogo, esa es la cultura de nuestros tiempos (¿nuestros?, ¡como si los tiempos pertenecieran a alguien!, habla uno en liberal). En Accidents Polipoètics el antropólogo es Xavier Theros, y los antropófagos somos nosotros, su público: los espectadores que devoramos actores, películas, libros, vídeos, canciones. Mirar a la gente es comérsela. Insaciables de condición humana, le llamamos conocimiento a todo lo que nos gusta. El psicólogo de Accidents Polipoètics es Rafa Metlikovez, y quizá porque pisa a diario las arenas movedizas de los sentimientos, de los traumas, de los deseos, de las contradicciones, de los odios familiares, de las guerras entre pobres contra pobres y fuertes contra débiles, tal vez por todo eso, es quien asume el lenguaje burlesco del cuerpo en esta nueva obra, Baby Bum, que tienen hasta finales de mayo en la sala La Seca. Lo que une a Theros, compañero cronista en esta misma página de los sábados, y a Rafa, cronista en este diario de los partidos del RCD Espanyol, desde su columna En un periquete, lo que les vincula a tantos de nosotros (y sobre eso trata su espectáculo) es que venimos de la música de unas crónicas, que era la de Crónicas de un pueblo. Sí, atendidos en un sistema de médicos de cabecera, la nuestra ha sido una cultura de cabeceras. Eso es lo que nos queda de todas las series que hemos visto: la música del principio, el cómo empezaba (en cualquier caso, también es cierto que de este modo somos gentes de principios).
En Baby Bum hay unos Accidents más teatrales que de costumbre, más interpretativos, muy gestuales, maravillosamente mímicos; igual de frescos que siempre con la palabras y con el fraseo, con su alud de aforismos, y oscuros en el fondo como nunca antes lo habían sido. La obra arranca con una muerte, la del Caudillo, y desde ese instante van llenándose de muertos las sombras del exiguo escenario. Incluso, en tres ocasiones Rafa Metlikovez yace tendido sobre el suelo. Hay una lógica biográfica que lo explica o que por lo menos lo justifica. (Todo el que haya estado enamorado sabrá que una explicación nunca es una justificación). Somos carne de Transición. Y la Transición es un tiempo muerto entre el anuncio televisivo de dos muertes: los años que van del Franco ha muerto al Chanquete ha muerto. La Transición y nuestra adolescencia son una misma pasta densa y viscosa: cabría entera en un bote de Clearasil. Crucifijos, masturbaciones, cabezas presas en una jaula, objetos de todo a cien como símbolos de una realidad fea, listados enteros de víctimas y ejecutores, todo esto forma parte de la iconografía del montaje. En Accidents Polipoètics (en esta obra, y en Franco ha muerto o Cómo idiotizar a un pollo, de 2005), la Transición no es un período histórico, no son unos años o una experiencia que se han vivido; en ellos la Transición es un fenómeno biológico. Son el precio que todo naufragio tiene que pagar. Baby Bum viene a recordarnos que estamos hechos de carne, hueso y Transición. Es el espíritu endemoniado que nos habita. Nos habla con la voz de Félix Rodríguez de la Fuente. Si los creyentes tienen alma, los ateos tenemos Transición.
Por supuesto que la Transición tiene sobre todo una lectura política; pero ésa se encuentra toda condensada en las 36 páginas de La máquina del cambiazo, de Mortadelo y Filemón. Es en este nuevo montaje donde Accidents Polipoètics asumen todos esos acontecimientos, toda esa historia, como algo definitivamente interno, como un órgano más de su anatomía. Y por eso hay tanto malestar, y dolor, y muerte. Arrastramos un órgano enfermo (ay, si hubiéramos sido de clase alta en vez de tener órganos tendríamos pianos). Es una obra de crisis, y por tanto de estos días ¡y a nuestra edad! El Baby Bum que nos titula toca hoy su final. Hemos viajado de una Transición a una crisis del sistema acaso definitiva. Esa es la historia de la que hablan Accidents Polipoètics: de una generación que se incorpora a la sociedad cuando todo está por hacer y que sale de ella sin haber hecho nada, porque esa sociedad ya se ha acabado. Ya no sirve. Ha muerto por asfixia. El aire estaba viciado. Se hizo irrespirable. Demasiadas mentiras en cada contratación, en cada declaración, en cada votación, en cada información, demasiadas fosas exigiendo todavía (a estas alturas) una explicación y no una justificación, demasiadas palabras acabadas en "on". Si lo sabían hasta Los Burros: las palabras que terminan en "on" esas suelen ser para morirse de risa.
A Accidents Polipoètics, en los bares, en la cola del teatro, en las sillas de plástico de los centros cívicos, sus seguidores les llamamos los Polis, y siempre nos quedamos con la mala conciencia de haberles faltado el respeto. Pero tampoco es así. ¡Con esas pintas! ¡Con esos trajes de quien va a ponerse presentable con lo que tiene en casa! Con ese aspecto con que suben al escenario jamás en la vida ha ido un poli, un secreta, a una mani. Le aplaudirían en vez de grabarle. Imposible entonces confundirlos con policías. Rafa y Theros son polis en tanto que ciudadanos griegos. De los de ayer y de los de hoy, como las melodías animadas. Toman de la democracia ateniense, de hablar libremente en las plazas, y toman también de la urgente rabia griega, de quien ha sido el primero en ser robado porque se le veía más viejo, más solo, más aparte. (Nota: desde tiempos anteriores a la Transición, nunca como hoy, Barcelona, nuestra ciudad, nuestra polis --de nuevo más de muertos que de vivos, de nuevo atenazada por el miedo, de nuevo desmoralizada ante tanta inmoralidad, de nuevo estremecida por la calamidad pública, de nuevo dentro de cada casa un estrago, de nuevo tan unánime en su silencio--, se había parecido tanto a la vieja Atenas asolada por la peste).
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